Mató a su patrona para robarle al marido y acabó en la cárcel

Sandra era una mujer bonita, simpática, pero pobre. Desde niña careció de todo, siempre tuvo hambre de todo, de comer, de vestir y de una vida sin apuros.

Fue la cuarta de siete hermanos. Le dolía ver a su madre siempre pedir prestado para hacer la comida, pues su padre además de irresponsable y alcohólico, les daba mala vida.

Nació y creció en la colonia La Alianza, con muchas dificultades terminó la primaria y cuando cursaba el segundo año de secundaria abandonó la escuela por ayudar a su mamá.

Cuidaba a sus hermanos menores y hacía el quehacer. Cuando llegó a la adolescencia ayudaba a las vecinas en sus casas para que le dieran algo de dinero y la comida.

Cuando cumplió los 18 años, una vecina le consiguió trabajo como obrera en una fábrica. Aunque ganaba el mínimo, su vida cambió. Se vestía con ropa de las pulgas.

Como era bonita y tenía buen cuerpo tuvo muchos pretendientes. Aceptó ser novia de algunos, pero pronto terminaba con ellos, pues se dio cuenta que no tenían ambiciones.

Ella soñaba con enamorarse de un hombre que fuera rico, que tuviera coche y que la llevara a restaurantes y a lugares donde se presentaban los artistas.

Cuando Sandra ya tenía 22 años, una tarde al salir de trabajar caminó hacia la parada de los camiones, pero de pronto un auto se detuvo y le dijo que subiera, que le daba un raid.

Era uno de los ingenieros de la fábrica. Sandra quiso negarse, pero como ya lo conocía de vista y le gustaba, aceptó. En el camino, él elogió su belleza. Ella se sintió feliz y le sonrió.

Luego de dejarla en su casa, la invitó a salir. Sandra aceptó. La noche de la cita, el ingeniero se sorprendió porque Sandra se veía atractiva.

El ingeniero la llevó a un centro nocturno. Sandra quedó deslumbrada. Cenaron, bailaron y brindaron. Pero como no estaba acostumbrada a tomar licor, pronto se emborrachó.

Amaneció en la habitación de un motel, desnuda. Apenada quiso vestirse, pero el ingeniero la colmó de caricias y le dijo que nunca había sido tan feliz. Sandra no pudo resistirse.

Se volvieron amantes. Pero a los pocos meses, Sandra se enteró que era casado y fue tanto su enojo que con gritos le reclamó adentro de la fábrica.

Fue despedida y el ingeniero jamás la buscó. Lloró mucho, pues le dolía la traición y también porque había perdido su trabajo.

Buscó trabajo en otras fábricas, pero no aceptó porque le pagaban menos. Su mamá le dijo que la hija de su patrona necesitaba una muchacha para la limpieza y el cuidado de dos niños.

Sandra ya no quería ser sirvienta, pero su mamá le dijo que le iban a pagar más de lo doble de lo que ganaba como obrera.

La patrona de su mamá la llevó hasta la casa de su hija en la colonia San Jerónimo. Rebeca, con la recomendación de su mamá, la recibió muy bien.

Con mucha amabilidad le dijo que se iba a sentir muy bien, que su trabajo consistía en limpiar la casa, y por la tarde cuidar de sus hijos que llegaban del kínder y la guardería.

Rebeca también le presentó a su esposo. Ambos la recibieron con amabilidad y le dieron muchas recomendaciones. Le dieron una habitación con baño y televisión. Eso la hizo feliz.

Sandra, que realmente era hacendosa, le bastaba el mediodía para poner todo en orden, además de lavar la ropa y preparar la comida.

Por la tarde, Pedro el esposo, llevaba a los niños, le hacía recomendaciones y con cierto disimulo la miraba con deseo. Sandra al sentir su mirada, se alejaba con los niños.

Bastaron pocas semanas para que el matrimonio se sintiera feliz con Sandra. También ella estaba contenta con su trabajo. Admiraba mucho a su patrona.

Todas la mañanas, mientras Pedro llevaba a los niños al kínder y a la guardería, Sandra ayudaba a su patrona en su arreglo personal y en todo lo que necesitara hasta que se iba a su trabajo.

Rebeca era licenciada en turismo y trabajaba en una agencia de publicidad, Pedro era el contador de una distribuidora de papel.

Los fines de semana cuando el matrimonio salía a pasear llevaban a Sandra. Ella se encargaba de cuidar a los niños. Se sentía feliz por el buen trato que le daban.

Sin embargo, se inquietaba cuando percibía que su patrón la miraba con ojos de deseo. Pero fingía no darse cuenta y seguía con sus labores.

Una mañana cuando todos se habían ido, Sandra recogió la ropa que Rebeca había dejado. Repentinamente pensó en cómo se vería si vistiera como ella...

Sin pensarlo se quitó sus ropas y se puso todas las de su patrona. Le quedaban a la perfección. Fascinada se vio en el espejo, se arregló el pelo, se pintó los labios y modeló para ella.

Cuando más emocionada estaba, se abrió la puerta de la recámara y entró Rebeca. Había olvidado unos documentos. Se sorprendió. Sandra apenada se arrinconó. Le pidió perdón

Le dijo que no lo volvería a hacer. Rebeca, lejos de enojarse, se rió y le dijo que se veía muy bien y que era muy guapa, que le iba a regalar ropa que ya no usaba.

Sandra casi llorando le preguntó si no la iba a despedir. Le respondió que no y hasta la abrazó.

Después de ese incidente, Sandra se sintió más feliz, porque su patrona le regaló vestidos, pantalones, zapatos y hasta ropa interior.

También le dio un baby doll. Le dijo que ese era para lucirlo con alguien, que ella ya no lo necesitaba. Sandra fascinada acarició la prenda y le dio las gracias.

Le fascinó tanto el baby doll que cuando terminó sus labores se encerró en su cuarto, se quitó la ropa y se puso la sensual prenda.

En esa ocasión se gustó más, pues de manera velada se transparentaba su desnudo cuerpo.

Como si estuviera en éxtasis, Sandra cerró los ojos y dejó volar su imaginación. Se sintió acariciada por un hombre sin rostro...