No te eché, tú saltaste

No puede ser más fría, disciplinada y calculadora Emilie (una ajustada Céline Sallette), contratada como jefa de recursos humanos de la multinacional Esen precisamente por su falta de escrúpulos. Emilie debe conseguir que los empleados que la empresa ya no necesita renuncien por sí mismos para no ser acusada de un centenar de despidos. Agobiarlos, cambiarles la mesa de sitio junto a la fotocopiadora, incluso soltar alguna grosería. Todo vale. Hasta que uno de los empleados se suicida saltando desde una ventana de la oficina, aparecen los medios de comunicación, la policía, los jefes supremos, y la joven se replantea su muy cuestionable lugar en el mundo. Todo ello, narrado con una grisácea frialdad que a veces nos lanza lejos de la historia aunque, otras, nos podamos sentir identificados con según qué personaje, aunque varios, como el marido de la protagonista, resulten tan vacíos como una cáscara de huevo. Se intuye la evolución de Emilie igual que el final, pero no menos que el germen de la historia nos suena sospechosamente reales.