Los «campeones» de Hytasa llevan a Sevilla hasta el mundial de Abu Dhabi
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Los dos forman parte de los «Special Olympics» sevillanos, una iniciativa muy anterior a la película «Campeones» en la que participan entrenadores y voluntarios que tratan de mejorar desde hace dos décadas la integración de los discapacitados intelectuales a través de sus escuelas de deporte. La de fútbol es la más reconocida pero también tienen otras de baloncesto, tenis, natación, petanca y juegos motrices.
José de la Cruz, de 32 años, es uno de los entrenadores. Llegó aquí por casualidad hace nueve años después de estudiar Magisterio y Educación Física. Reconoce que se enamoró de su trabajo y que no lo cambia por nada. Todos aquí piensan como él.
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«Esto es diferente a cualquier otra cosa. Un día estás triste y entrenando con ellos se te olvida todo», comenta a ABC en una de las canchas de baloncesto del Club Deportivo Hytasa, donde entrenan todos los lunes, martes y jueves, haga frío, calor o caigan chuzos de punta, «Son cariñosos y si les tienes que reñir, lo aceptan bien. Los otros chicos no encajan tan bien las críticas. Económicamente no me compensaría venir desde Utrera, pero me gratifica mucho emocionalmente. Hay muchos voluntarios que trabajan con ellos de foma altruista», dice.
La solidaridad es grande pero el trabajo no es fácil. Vemos a un chico autista que bota el balón con las dos manos, al margen de sus compañeros. No tiene tipo de deportista y parece asustado. «Porque tengan una discapacidad no voy a dejar de intentar sacar todo lo posible de ellos. Muchos llegaron aquí sin tener un solo amigo porque apenas habían salido de la casa de sus padre, y aquí, además de mejorar su condición física, se sienten relajados y felices», dice José.
Vergüenza
Aún muchas familias esconden a sus hijos por vergüenza. «Todavía hay gente que se ríe de ellos, pero eso está cambiando, gracias a Dios», dice María Sanz, 77 años, presidenta de Special Olympics Andalucía y madre de Juan Carlos, 51.
«Es como seguir teniendo un niño en casa y eso genera un amor especial, distinto seguramente al de mi hija, que no tiene ninguna discapacidad y ha estado de monitora enseñando a su hermano y a sus compañeros -comenta-. A veces, por cierto, abusan de él en las pistas y le piden dinero para la merienda. Los hay muy espabilados».
Los padres mayores suelen ser los que se resisten más a traer a sus hijos a Hytasa. «Muchos tienen ese concepto antiguo de la discapacidad, el de pobrecitos», comenta Raquel Gervasini, coordinadora de Special Olympics. Los progenitores suelen ser aún más protectores con las mujeres y dicen que no las dejan por si les pasa algo haciendo deporte. «Las nuevas generaciones normalizan mucho más discapacidad y deporte, pero aún hay tres chicos en las escuelas deportivas por cada chica».
Le pregunto al entrenador de baloncesto por el chico autista que bota el balón ajeno al mundo que le rodea. «A José le da miedo la miedo la pelota y aún le cuesta integrarse. Es un caso difícil», contesta. A su lado, hay otro chico sordo que se entiende por gestos con sus compañeros, mientras María, down, le desanuda los cordones de las zapatillas a otro. Son bromistas y cariñosos con todo el mundo y la chica lo demuestra abrazando por detrás a su entrenador.
Los abrazos y muestras de cariño son habituales en este equipo pero no todo el mundo sabe encajarlos. «Ellos no tienen esos muros que solemos tener con los desconocidos. En la discapacidad se tiende mucho a estas muestras de cariño —cuenta Raquel—, y hay que educarlos para que aprendan a respetar el espacio de los demás y evitar situaciones incómodas. ¿Tú te dejarías agarrar o dar besos de cuando en cuando por una persona que no conoces de nada?»
Castigos y recompensas
El deporte es una buena excusa para introducir valores transversales. «Ser compañeros con los que están compartiendo una instalación contigo, tener educación, higiene o puntualidad son fundamentales. En personas sin discapacidad todo eso se da por hecho, aunque a veces falte educación. Elos toman conciencia de que actuar así es importante porque saben que si no cumplen estos requisitos no podrán ir a campeonatos», comenta Raquel.
El mal comportamiento se castiga en esta escuela y Pedro, uno de los mejores futbolistas del equipo, no podrá viajar a Abu Dhabi en marzo por ese motivo. Lo vemos entrenar en la pista de fútbol-sala y disparar a portería con potencia y colocación. «Se comportó de forma muy agresiva con sus compañeros de residencia y tendrá que cambiar su actitud para volver a un campeonato».
La mayoría de ellos aparenta menos edad de la que tiene. Su cara es el espejo del niño que llevan dentro y que no ha podido crecer. Cumplen años sin hacerse mayores, algo con lo que todos hemos fantaseado de chiquillos alguna vez. Pero que muchos tengan la madurez mental de una persona de 11 ó 12 años no quiere decir que no sean inteligentes.
«Son discapacitados pero no son tontos. Saben muy bien lo que se juegan en los entrenamientos y obedecen al entrenador. En casa, a veces son más rebeldes y abusan de la sobreprotección familiar», cuenta la coordinadora. «Es como cuando nos partíamos un pie o un brazo de pequeños y decíamos a nuestros padres que nos hicieran esto o nos trajeron aquello. Algunos saben que se pueden beneficiar de su discapacidad», asegura la coordinadora.
Carmen, una de las nadadoras de la escuela de natación (el nombre es ficticio) estaba acostumbrada a que sus padres la vistieran y en un campeonato se negó a vestirse sola. La monitora se quedó con ella media hora en el vestuario hasta que comprendió que nadie la iba a vestir y lo hizo ella misma. «Aprendió a hacerlo pero son cosas que hay que trabajarlas a diario», cuenta otra de las entrenadoras.
Sin familia
En las escuelas deportivas, de las que forman parte unos ochenta y cinco alumnos, de los cuales casi setenta viven en pisos tutelados o centros especiales, la discapacidad más frecuente es retraso madurativo. «Muchos no tienen el cariño de una familia que los arrope y aquí lo encuentran con sus compañeros. Creo que nosotros, en cierto modo, somos su familia», cuenta Rafael Hernández, orgulloso de los más de ochenta chicos y chicas que ha entrenado desde el 2000.
Paco, 41 años, es el alumno más veterano de la escuela de baloncesto. Vive con su madre y cuenta que empezó en futbito. «Soy de los que tengo más nivel aquí y vengo tres veces a la semana», presume. Calvo como Zidane (así le llaman algunos), se le nota que se lleva bien con sus compañeros y que se siente el capitán del equipo.
Elena, de 38 años y preciosos ojos azules, representará a España en Abu Dhabi, donde espera hacer «un buen papel». Es la mejor tenista de la escuela y lo demuestra con un servicio que ajusta a la ele del cuadro de saque. Ha jugado en Polonia y Grecia y viene de disputar un torneo en la academia manacorense de la Fundación Rafa Nadal. Sobre la pista ha hecho algunos amigos: «Tenemos una pandillita con la que salimos», cuenta.
Una de las ilusiones de voluntarios y entrenadores de Special Olympics es lograr que el Betis forme un equipo para participar en la Liga Genuine, una iniciativa de la Liga Santander en la que están casi todos los grandes clubes. El Sevilla lo ha hecho este año. Para completar su equipación han iniciado una campaña en las redes sociales para recaudar 4.265 euros. Es lo que necesitan para poder competir como cualquier otro equipo en un campeonato. Ni un euro más ni un euro menos.