Efemérides y consenso
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Pero el 9 de noviembre de 1989, más allá de su significado como fin de la división alemana tras 1945, rápidamente se ha reconvertirlo en un «reencuentro entre alemanes» y hasta se intenta pervertirlo como fiesta «contra las fronteras y muros» en ataque a fronteras legítimas, ya sean de Trump o de Orban. Para despojarlo cada vez más de su carácter simbólico de la derrota del comunismo. Y es que las fuerzas dominantes en Europa se consideran otra vez mucho menos «anticomunistas» que «antifascistas». Los comunistas son solo compañeros que erraron en los métodos pero no en sus nobles fines que el sistema socialdemócrata comparte en su misión igualitaria y colectivista. Ahí tienen a Jean Claude Juncker que inaugura una estatua a Marx en Tréveris y pretende que su pensamiento es ajeno a la barbarie criminal desatada en su nombre. Con más de cien millones de asesinados en cien años. En el Parlamento Europeo, comunistas que defienden dictaduras asesinas y quieren destruir el orden democrático son tratados con exquisita atención. Mientras se margina y difama a una derecha democrática, solo por reclamar derechos para nación, individuo y conciencia. La socialdemocracia no se ve amenazada por los comunistas, sino por esa derecha que ha roto con el consenso socialdemócrata. Ese consenso perverso que ha llevado a partidos conservadores a compartir fines con la izquierda y acatar criterios neomarxistas de dominación, experimentación y control social. Fue ese consenso el que estranguló la Declaración de Praga lograda por Vaclav Havel que exige equiparación entre nazismo y comunismo. Es ese consenso el que impide se imponga el 23 de agosto, aniversario del Pacto Hitler-Stalin, como día de las víctimas del comunismo y el fascismo. Ese consenso ha quebrado. La libertad gana espacio. De ahí tanta alarma.