El grito justiciero
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Podemos trabaja para que el poder no esté repartido y, en cambio, sí en una sola mano. Su modelo es el de los jueces como una prolongación exacta de la voluntad del pueblo, que es quien debe decidir, pulgar arriba o abajo. El error del Supremo no puede suponer el derribo del sistema, sino la reforma de algunos de los mecanismos que llevan a un grupo de jueces a convertir un ajuste de cuentas interno en una crisis política de primer orden.
Las manifestaciones de ayer ante el Tribunal Supremo y otras instancias judiciales son más que el reflejo de un caos. El cambio de criterio, el ida y vuelta de sus señorías, solo deja en el común la sensación de que están a la orden del poder del dinero y los bancos. Los jueces no son quienes deben legislar sobre un impuesto que no debería ni siquiera existir. El enfrentamiento entre unos y otros se ha saldado con la aparición de los justicieros, una golosina para la política. El salvador aparece a reparar el daño, cuando en realidad el gran beneficiado por la última decisión del Tribunal Supremo son los partidos políticos que gestionan las cuentas públicas y no tienen que devolver los 5.000 millones que tras la primera decisión de los jueces hizo temblar al Ministerio de Hacienda y a todas las consejerías, incluidas las apoyadas por Podemos.
El presidente del Gobierno juega un papel y su socio parlamentario hace el resto del trabajo. Iglesias y Podemos necesitan que el sistema se equivoque para demostrar que es necesario cambiarlo porque no les sirve si no hay control. Antes de la moción de censura, Iglesias había desistido del empeño al ver que un cambio constituyente era más que imposible. Tras colocar la marca de Podemos en un acuerdo con el Gobierno de España, que no con el desaparecido PSOE, ha hinchado el pecho y ha decidido volver a soltar el grito justiciero en donde más eco tiene.