Del caballo al ataque químico
A comienzos del siglo XX la industria europea había permitido a sus gobiernos conquistar Asia y África sin mucho esfuerzo, pero sus nuevas armas –ametralladoras, rifles de repetición, artillería– no habían sido empleadas contra otros soldados blancos. Cuando empezó la Gran Guerra pensaron que iba a ser rápida, que se combatiría a uña de caballo. Pero se equivocaban, la capacidad industrial de sus países y las armas creadas por sus ingenieros les jugaron una mala pasada
DE LOS CABALLOS A LOS CARROS DE COMBATE
El fin de la guerra de trincheras
El primer automóvil de la historia fue desarrollado de forma simultánea por los ingenieros alemanes Karl Benz en 1885 y Gottlieb Daimler y Wilhelm Maybach en 1889, pero las primeras empresas que empezaron a fabricarlos para su venta fueron las francesas Panhard et Levassor, en 1889, y Peugeot en 1891, seguidas de Henry Ford, en 1908. En 1911 los británicos ya habían desarrollado un prototipo de carro de combate. Los primeros tanques eran grandes, lentos y con escasa movilidad, lo que llevó a pensar que su uso sería como piezas de artillería móviles integradas en las unidades de infantería, dada su poca capacidad para moverse por el campo de batalla. Los carros franceses Schneider CA-1 y St.Chamond, o los británicos Mark I, al igual que le ocurría al Sturmpanzerwagen A7V alemán, eran demasiado lentos y pesados, pero a mitad de la guerra Renault diseñó uno mucho más ligero y rápido (7 km por hora) que iba a ser capaz de avanzar hasta romper las líneas enemigas y poner, así, fin a la guerra de trincheras, que era tanto como decir a la guerra en el Frente Occidental. Había nacido el Renault FT-17, abuelo de todos los carros de combate, que seguirían su diseño y concepción hasta la actualidad. El 8 de agosto de 1918 daba comienzo la batalla de Amiens. Los carros de combate aliados surgieron de la niebla, iban por primera vez en masa, avanzando y disparando al mismo tiempo sus ametralladoras y cañones, seguidos por la infantería. Rompieron el frente alemán. Junto a la derrota de las tropas del Káiser se llegó al final del caballo como «arma» fundamental de los ejércitos en las nuevas guerras que seguirían a la I Guerra Mundial.