Contra la certeza
Platón contaba cuatro virtudes a cultivar: la templanza, la justicia, la fortaleza y la prudencia. El cristianismo añadió luego la fe, la esperanza y la caridad. Me sorprende que nadie haya pensado en añadir la duda. De la religión se entiende. La duda no se lleva con la fe. También, vista como debilidad, llega a ser antagónica a la fortaleza. De manera que la duda, como virtud, dinamita a nuestra cultura occidental. Pero la duda, como virtud, es la mejor arma contra el vicio de la mentira.
Corren tiempos malos para el que duda. El mundo -y México- se va poblando de certidumbres. Tras las certidumbres, los fieles. El vacío se apropia del terreno medio. Eres o no eres. Estás o no estás. No se valen las medias tintas. Dudar y cuestionar está mal visto. Peor aún, analizar es herejía.
Si el líder ya dijo, o el partido, o la iglesia, las obedientes ovejas cierran filas y defienden su verdad. Verdad con mayúsculas. Aún cuando esa verdad sea racionalmente una mentira. El camino de la certeza es cómodo, reconfortante pues cedemos a terceros -el líder, la iglesia, las sagradas escrituras- nuestra capacidad de raciocinio a la vez que reafirmamos nuestra filiación al rebaño. El camino de la duda es trabajoso y si lo caminas bien, nunca termina. Lo dijo Luis Buñuel: “estoy dispuesto a morir por el derecho de toda persona a buscar la verdad, pero estoy dispuesto a matar al primer idiota que me diga que la encontró”.
Vivir en la duda es viajar a Ithaca. Es el viaje el que nos ilustra y el que nos permite crecer, no la meta. Es más estimulante, divertido y trascendente. Ir por la vida sintiéndose dueño o dueña de la verdad nos hace rechazar lo desconocido y, aún más, lo prohibido. Nos mantiene en patrones mentales y morales estancados. Vivir en la duda obliga a escuchar, a empatizar, a intentar entender. Lo contrario a las aspiraciones del poseedor de la verdad que la esgrime como el arma con la que habrá de vencer a los de enfrente.Pienso, luego dudo. Dudo, luego existo.