El hombre que respiraba chistes
Spike Milligan, qué hombre. Cuando su mujer lo abandonó dejándolo sólo con tres niños pequeños sólo pudo hacer una cosa, maldecir a la maldita bruja e intentar que sus hijos pasasen la infancia más maravillosa que pudiesen. Cada noche, los llevaba a cenar a un restaurante con la ropa interior en la cabeza. De madrugada, ataba un sofá al techo del coche y sentaba allí a los niños, con antorchas, para pasearlos por el barrio en busca de conejos. Después los acostaba y contaba interminables historias dibujando los personajes en la pared. Otras veces, les insistía que escribiesen cartas a gnomos y hadas y las escondiesen en el bosque para que pudiesen leerlas. A veces se acostaba a las mil porque no encontraba los sobres que habían escondido los niños, pero siempre se los devolvía rotos, junto con mini contestaciones con mini sellos. «Era en muchos sentidos un padre loco, pero no creo que alguien haya tenido uno mejor», comenta Laura, una de sus hijas. «Un hombre ve cómo su amigo cae a sus pies. Asustado, llama a urgencias y grita: Dios mío, creo que mi amigo está muerto. La voz de urgencias trata de que se tranquilice y le dice: Por favor, cálmese. Lo primero que tenemos que hacer es asegurarnos de que esté muerto. Entonces se hace un silencio y se oye un disparo. El hombre vuelve al teléfono. Muy bien, y ahora qué, dice», contaba siempre Milligan.
Y, sin embargo, este hombre sufría un trastorno maníaco depresivo que a veces lo mantenía encerrado en su cuarto durante días. Otras, venían enfermeros con sus batas blancas a casa y le administraban electro shocks allí mismo. «Entonces se le quedaban los ojos en blanco y a penas podía hablar. Luego siempre nos decía: No sois vosotros, hijos, soy yo, sólo yo. Le encantaban los niños y quería alargarnos la niñez lo máximo posible. Decía que era un lugar mágico» comenta Laura. «Tengo el cuerpo de un hombre de 18 años», decía siempre Milligan, «lo guardo en la nevera». Spike, qué hombre, por lo menos uno bueno.
Este artista, escritor, guionista, actor, visionario, poeta y tantas cosas más es una de esas armas secretas que tienen los ingleses para presumir del llamado humor británico. Gran referente e inspirador de los Monty Python, en los años 50 se inventó el programa «Goon Show» en la radio y consiguió volver locos a todos los jóvenes de la época. Antes de que los Beatles consiguieran que todo el mundo quisiese ser músico, estuvo este señor que consiguió que todo el mundo quisiese ser cómico. Junto a grandes maestros como Peter Sellers, Harry Secombe y Michael Bentine, inventó una nueva forma de hacer humor, un mundo reconocible, pero distorsionado, en el que el absurdo y el surrealismo ponía todas las cosas en su sitio, al menos donde las pondría un lunático inspirado y divertido. «No tengo miedo a la muerte, sólo que no quiero estar allí cuando ocurra», decía Milligan.
Luego llegarían los programas de televisión y su poca suerte en el cine, pero su nombre ya iba siempre dos metros por delante suyo. Sus libros de memorias están entre lo mejor que uno puede leer para sentirse mejor. Su primer volumen, «Adolf Hitler: my part in his downfall» (Hitler: mi parte en su caída) es una maravilla de otro mundo. Y luego están sus novelas, que tienen ese encanto jardielesco que hace que al reír uno se sienta la persona más lista del universo. «Mi padre fue mi gran inspiración. Era un lunático», aseguraba Milligan.
Entre sus novelas, la que mejor representa su talento es «Puckoon», que ahora publica por primera vez al castellano Blackie Books con el nombre de «Mala pinta». Obra maestra que tenía siempre en su mesita de noche gente como David Bowie o John Lennon, narra la historia de cómo se conformó la línea que separaba Irlanda de Irlanda del norte, acto azaroso que acabó por partir el pueblo de Puckoon en dos. A partir de allí, la puerta al absurdo se abre de par en par y no habrá quien no tenga cara de bobo feliz al leerlo. «¿De dónde es usted, soldado? De Londres, mi general. ¿Qué parte? Todas mis partes, señor», diría Milligan.
La propuesta le agotó tanto que llegó a decir que después de éste no iba a escribir ningún libro más. Escribió otros 22, pero esa es otra historia. Su otro gran logro era la poesía infantil inspirada en los absurdos de Edward Lear. Su famosísimo «On the Ning Nang Nong» fue votado el poema cómico favortito de los ingleses. «Algunas personas viven vidas anuladas. La cosa más importante que harán será morirse. Hay que dar gracias por los excéntricos. Pongamos como ejemplo al soldado Octavian Neat, que a veces aparecía desnudo en los barracones y decía, ¿alguno conoce a un buen sastre?», cuenta Milligan en su genial «Hitler: My part in his downfall».
Estamos de aniversario
Hijo de oficial de la armada, nació en India hace cien años, en 1918, como Terence Allan Milligan. Ya de muy jovencito se hacía llamar Spike por su amor a la banda Spike Jones and his city slickers. La música fue su primer amor, en concreto el jazz, y llegó a ser un buen trompetista. Pero entonces estalló la II Guerra Mundial y no sólo actuó y distrajo a las tropas, sino que fue un buen artificiero. En la batalla de Monte Cassino, una bomba estalló a escasos metros suyo y le dejó mal herido, lo que aceleró su trastorno bipolar. «Yo no soy racista, odio a todo el mundo», decía cuando estaba irascible y deprimido, pero a la luz quería a todo el mundo. Murio en 2002 a causa de un fallo renal . En su tumba está escrito en gaélico, porque las autoridades del cementerio no le dejaron ponerlo en inglés: «Amor, luz, paz. Ya os dije que estaba enfermo». Spike Milligan, qué hombre.