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Ноябрь
2018

Huyendo del sida, de la desnutrición, de la violencia...

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Honduras, con 6 millones 597 mil habitantes, es el segundo país más pobre del continente americano, de acuerdo con cifras de la Unicef, que ha detectado prevalencia del VIH/sida, desnutrición crónica, mortalidad infantil, migración y violencia. Y los hondureños son los que más huyen de su país. Es lo que se ha detectado en las caravanas que cruzan territorio mexicano.

Ciudad de México, solo para dar una dimensión, tiene cerca de 9 millones de habitantes.

Y es aquí, en el Estadio Jesús Martínez Palillo, en la Ciudad Deportiva Magdalena Mixhuca, donde las autoridades dispusieron de una zona para la estancia de centroamericanos, cuyo propósito es cruzar la geografía nacional y arribar a Estados Unidos, país al que muchos hondureños han intentado entrar desde 1998, después de que el huracán Mitch devastara a esa nación.

Fue cuando la migración empezó a fluir y usó la porosidad de la frontera sur de México; y lo hacían durante las noches, en un largo periplo que ha topado con la corrupción de funcionarios del Instituto Nacional de Migración, quienes extorsionan a hombres y violaban a mujeres, por lo que muchas de éstas se vieron en la necesidad de usar anticonceptivos para no embarazarse. Luego entraría en acción el crimen organizado.

Por eso ahora se unen y ya no andan a salto de mata para cruzar selvas y bosques. En intentos pasados muchos quedarían en el camino. Entonces surgiría la primera Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos.

En agosto de 2010 ocurriría la masacre de San Fernando

—Tamaulipas—, un rancho en el que asesinaron a 58 hombres y 14 mujeres migrantes de Brasil, Honduras y Ecuador.

Por eso el miedo.

Por eso los atajos.

Y aquí, en la capital del país, acampó parte de los migrantes —4 mil 814 personas, de los cuales 3 mil 88 son adultos, mil 726 menores de edad; 2 mil 470 hombres, 618 mujeres, 184 personas con discapacidad, 87 integrantes de la comunidad LGBTTTI—, 85 por ciento de Honduras; el resto, de Guatemala, Nicaragua, El Salvador.



***

Día jueves. Pocos migrantes están afuera del Estadio Jesús Martínez Palillo mientras la mayoría deambula en su interior, entre casas de campaña, o aguardan en gradas del campo; es un hormiguero que, algunos con niños, piden información sobre el itinerario que habrán de seguir hacia la frontera norte. También juegan a las cartas.

Sobre la acera, acompañados de un perro, están dos jóvenes; no muy lejos, una pareja observa pasar los trenes del Metro de la Línea 9, cerca de una niña parapléjica que está en una carriola. Son centroamericanos, igual que el hormiguero que se mueve inquieto en instalaciones del estadio.

José Luis, de 18 años, es originario de Comayagua, una ciudad hondureña que corresponde a uno de los 18 departamentos de ese país, dice el joven, quien se unió a la caravana en Esquipulas —Guatemala—, “templo sagrado”, acota. Trae con un lazo a Nena, “la perra indocumentada”, dice y sonríe. “Me la regaló un nicaragüense”.

El joven dice que en su pueblo dejó a su madre, a la abuela y un tío. Él era empleado en un taller de zapatos en Tegucigalpa, “pero me uní a la caravana porque quiero un futuro más grande”.

Lo acompaña Esbin Emeil, compatriota suyo de 28 años, quien se integró a la caravana en Ciudad Tecún Umán, frontera de Guatemala con México, donde coincidió con José Luis.

—¿Por qué te uniste a la caravana?

—Es algo muy difícil. Muchos fuimos testigos de algo y no podemos regresar. Allá hay mucha delincuencia. Todos tenemos un caso diferente. El Corintios dice: “El sabio ve el mal y se aparta”.

Y se apartó.

—¿Vas por el asilo?

—Necesito asilo en Estados Unidos o en México.

***

Esperan y discuten en asambleas. Son orientados por grupos de organizaciones no gubernamentales. Hombres y mujeres se apeñuscan y escuchan. Asientan, gesticulan y preguntan. Sueltan muchas preguntas. Las voces se atropellan. Les aconsejan lo que deben mencionar para pedir asilo en Estados Unidos. Lo principal es que son perseguidos.

Y habrá que adentrarse.

Un comunicado informa que las 16 alcaldías de Ciudad de México mantienen el apoyo con la entrega de desayunos, mientras que las comidas y las cenas están a cargo de la Secretaría de Desarrollo Social local, a través de sus comedores públicos y comunitarios.

Algunos ofrecen cigarros en cajetillas con similares logotipos de conocidas marcas, incluso un salvadoreño los vende al menudeo que tiene el nombre de México. Cada pieza cuesta un peso. No importa la “marca", que puede ser Montreal, Elegante, Golden o México.

El vendedor de cigarros y su esposa salieron de su país por falta empleo. Dejaron a sus dos niños, hombre y mujer, de 4 y 10 años, con sus abuelos. “Pensamos llegar a Tijuana”, dice ella, “depende del movimiento, porque según las noticias el señor Trump no nos quiere”.

—¿Qué hay, perro? —le dice José Luis Godoy, de 42 años, a otro hondureño—; se te extraña, perro.

Godoy, de oficio albañil, quiere comunicarse con su familia, pues ignoran que se integró a la caravana.

Inmensas hileras se observan. Pero no todos hacen fila, como aquellos que insisten en pedir pañales, cepillos y papel higiénico. Las voces se entremezclan. “Mami, aquí etamo haciendo fila, pué”, protesta una mujer.

El panorama se repetirá.

Unos se van.

Y otros están por llegar.

Con vista hacia el norte.




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