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Ноябрь
2018

Tijuana

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En Tijuana, siempre, el cartujo se llena de recuerdos, ilusiones, sobresaltos. Mientras predica de madrugada por la calle Coahuila y la avenida Revolución, piensa en su primera vista a esta ciudad, en 1976. Era fácil cruzar la frontera en cualquier sentido, aun sin pasaporte; los fines de semana las calles se atiborraban de gringos escandalosos, muchos de ellos adolescentes, seducidos por una permisividad inimaginable en su país.

Tijuana era una fiesta cuando llegó la violencia. Entre 2008 y 2009 los ajustes de cuentas y las extorsiones del crimen organizado alejaron a los visitantes y provocaron el cierre de numerosos negocios. Las luces de neón de los bares y los centros nocturnos —y los focos pelones de los puestos callejeros— se fueron apagando. Se volvió un lugar triste y oscuro, sin música, sin risas, sin pecado. Un horror.

La ciudad comienza a renacer; en ello ha tenido un papel destacado el trabajo de artistas, intelectuales, empresarios e instituciones como el Centro Cultural Tijuana, desde hace cinco años dirigido por Pedro Ochoa Palacios.

Punto de encuentro de todas las expresiones artísticas, con más de 2 millones de visitantes en 2017, el Cecut es un referente a escala internacional con sus exposiciones, festivales, conciertos, puestas en escena, ciclos de cine. Con el cambio de gobierno termina la gestión de Ochoa Palacios; ojalá en la cuarta transformación tenga un digno relevo y no se eche por la borda lo logrado por él y su gran equipo, del cual forman parte Mara Maciel, Sofía Bautista y Karla Robles.

Espacio migrante



Con el periodista Enrique Mendoza, reportero del

Semanario Z,

en cada visita el monje recorre Tijuana de arriba abajo, de noche y de día. Con Enrique, ha visto cómo el muro fronterizo se colma de cruces y murales en recuerdo de quienes han muerto al tratar de cruzarlo, ha observado a quienes, desafiantes y desesperados, aguardan la oportunidad de hacerlo. Gracias a él se entera de la publicación del libro

Sobrevivientes. Ciudadanos del mundo

(ILCSA Ediciones, 2018), del haitiano Pascal Ustin Dubuisson, tan oportuno cuando la caravana de centroamericanos avanza hacia esta ciudad.



En el periódico

Infobaja

, José María Lara, director del albergue Movimientos Juventud 2000 y coordinador de la Alianza Migrante de Tijuana, advierte sobre la imposibilidad de atender a todos los integrantes de esta nueva ola de desplazados por la violencia en Honduras, El Salvador y Guatemala.



No hay recursos suficientes, le dice al reportero Manuel Villegas. En una reunión reciente —afirma Lara— con organizaciones locales de apoyo al migrante, grupos religiosos y representantes de los tres niveles de gobierno, “se informó que la capacidad instalada es de solo mil 300 espacios”, además de que se tiene poco dinero para la manutención de quienes, sin poder pasar al otro lado, deberán esperar en la garita El Chaparral, si proceden o no sus solicitudes de refugio en Estados Unidos.



El cambio en la presidencia de la República, complica todavía más la situación. “Es un reto muy grande para la ciudad”, le dice Mario Osuna Jiménez, secretario de Desarrollo Social del municipio, al reportero de

Infobaja

. Sin embargo —agrega— “hay confianza en que el problema sea atendido con responsabilidad por parte de la dependencias y funcionarios del gobierno federal entrante”.



Con todo, la caravana avanza, impulsada tanto por el desasosiego como por la esperanza.



La elección correcta

En

Sobrevivientes. Ciudadanos del mundo,

Pascal Ustin Dubuisson, de 25 años y originario de Puerto Príncipe, cuenta cómo en julio de 2014 decidió participar con miles de otros haitianos y africanos en un viaje inusitado en busca de un mejor destino. Como indocumentados, recorrieron diez países: Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México. Algunos se fueron quedando en el camino, otros llegaron a esta frontera y cruzaron a Estados Unidos, donde la mayoría fue deportada. Más de 700 se quedaron en Tijuana, uno de ellos es Pascal, quien escribe en la introducción de su libro: “Yo, hijo de Haití —país en el que triunfar es un desafío, y el derecho a comer, a educarse y progresar, un privilegio— tomé la decisión de dejar mi patria no solo por un futuro mejor, sino también por un futuro seguro. Sé que vivir en un país ajeno al mío no es la mejor opción, pero es la elección correcta”.



Él es afortunado, tiene un hijo mexicano, es activista y miembro de Espacio Migrante; otros haitianos viven de limpiar parabrisas, de vender dulces a los automovilistas, de hacer trabajos mal pagados. Con todo, se sienten contentos.



Pascal Ustin recuerda: “Las primeras expresiones de los tijuanenses al vernos por sus avenidas fueron de desagrado, de descontento, de discriminación. Parecía que jamás hubieran visto a un negro. Si habían visto a algunos de manera aislada, pero no a tantos, y reconozco que eso asustaba”.



Su historia es triste, dolorosa. A través de ella —dice— “busco que el lector se involucre con mi experiencia para que comprenda mejor el mundo exterior y lo que ello implica: sus modales, abusos, racismo”. Es un llamado de atención ante la intolerancia en estos días de tormenta.



Queridos cinco lectores, con la noche encima, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.




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