Búsquedas a la francesa
Personajes que tienen más preguntas que respuestas, mejores diagnósticos que soluciones. Pasados decisivos aún por ser explorados y relaciones románticas que no terminan por cimentarse del todo.
La felicidad está allá afuera
Si bien para darle sentido a la vida es necesario encontrar causas y motivos que trasciendan a uno mismo, la forma personal e íntima de asumir los diversos eventos, procesarlos y reconstruirlos, puede ser determinante para poder asomarse por encima de las propias narices. Dirigida por Claire Denis (Chocolate, 1988; Buen trabajo, 1999; Una mujer en África, 2009; Los canallas, 2013), Una bella luz interior (Francia, 2017) sigue a una artista y madre divorciada que se encuentra atrapada, sin lamentarlo demasiado, en un laberinto emocional cuya salida hacia el amor parece estar más cerca de lo que se pudiera esperar.
Esta mujer, encarnada con soltura por Juliette Binoche brillando con luz propia, mantiene un círculo de amistades y relaciones con un banquero prepotente (Xavier Beauvois), un actor dubitativo (Nicolas Duvauchelle) y su ex marido (Philippe Katerine), estableciendo vínculos fragmentarios como los expuestos por Roland Barthes, inspiración para el guion escrito por la misma directora junto con Christine Angot. Las respuestas pueden venir desde donde menos se esperan: habría que preguntarle, a fin de cuentas, a Gérard Depardieu, acá en plan de vidente estrafalario. En los puntillosos y realistas diálogos radica, en buena medida, el interés del filme.
El pasado regresa
Basada en la novela de Tatiana de Rosnay y dirigida por François Favrat (La sainte Victoire, 2009) con puntuales flashbacks que refuerzan la intención dramática de la historia, Búmeran (Francia, 2015) aborda el recorrido, con terapia de por medio, de un hombre (Laurent Lafitte) para entender qué sucedió con su madre y cuáles fueron las causas de su muerte. En un viaje junto con su hermana (Mélanie Laurent) a la casa de origen, con accidente de por medio, se van revelando los eventos explicativos que permiten, más allá del dolor, terminar con la incertidumbre que puede resultar todavía más inquietante.
La difícil relación parental y los prolongados silencios de las familias se capturan en momentos de tensión dramática, así como los episodios en los que la verdad va saliendo a la luz paulatina y dolorosamente. Si bien algún personaje puede sobrar en el relato (como la doctora, por ejemplo), el filme consigue integrar de manera precisa las vertientes que van llevando al protagonista al descubrimiento de lo que realmente sucedió con su madre, enmarcada en una fotografía que busca expresar esa situación de incomprensión del amplio contexto que termina por rodear a quienes buscan ahondar en sus pasados para comprender sus presentes.
Sucede con Rostros de una mujer (Orpheline, Francia, 2016), cinta dirigida por Arnaud Despallieres (Adieu, 2003; Michael Kolhaas, 2016), en la que se plantea el seguimiento de una mujer dedicada a la docencia por sus diferentes etapas vitales, desde la niñez hasta la adultez, pasando por la pubertad y la adolescencia. En cierto sentido, se plantea la dificultad que implica transformar el destino manifiesto y buscar nuevas alternativas para enfrentar el futuro. Aunque episódica por momentos y con cierta dificultad para insertar los tramos vitales, se alcanza a expresar cómo se van extrapolando las distintas etapas vitales para configurar la personalidad.
El amor que va y viene
Un profesor (Eric Caravaca) establece una relación romántica con una alumna (Louise Chevillotte). Deciden vivir juntos. La hija del docente (Esther Garrell, hija del director) rompe con su novio y, deprimida, regresa a la casa paterna, encontrándose con la novia de su papá que resulta ser de su misma edad. Los tres intentan convivir lo mejor posible y van construyendo secretos entre sí, dadas las circunstancias. Hay una narradora omnipresente y la estética en blanco y negro, desde luego, remite a la tradición de la nueva ola francesa, no solo por la propuesta visual, sino por el tratamiento de los personajes.
Dirigida por el veterano realizador parisino Philippe Garrel (Liberté, la nuit, 1984; L’ombre des femmes, 2015), Amante por un día (Francia, 2017) se plantea como una austera reflexión acerca de la fidelidad como sustento de la permanencia en los vínculos románticos, así como la necesidad de evadir la soledad a como dé lugar, sobre todo después de una ruptura amorosa. La música de Jean-Louis Aubert acentúa este tono entre desesperanzador y a la vez exultante, matizado por una cámara llena de grises que atrapa las decisiones que van tomando los personajes, frecuentemente volcadas contra sí mismos.
Amantes doble
Con evidente y seguramente asumida influencia de Hitchcock y De Palma, el hiperactivo realizador François Ozon (Sitcom, 1998; Una nueva amiga, 2014; Frantz, 2016;) adapta una novela de Joyce Carol Oates para presentar Doble amante, amante doble (Francia, 2017), historia que aborda la manera de cómo una joven paciente con una extraña dolencia en el vientre termina por enamorarse de su terapeuta, y viceversa, a partir de lo cual se detonan una serie de situaciones conflictivas que se relacionan, estrechamente, con el vínculo que se puede llegar a tener con un gemelo.
Las referencias a Una vez en la vida (Dead Ringers, Cronenberg, 1988) y a Una zeta y dos ceros (Greenaway, 1985) son inevitables, pero Ozon incide visualmente en el tema conflictivo de los gemelos: la presencia de los gatos y de la confusión generada, remite por supuesto a los asuntos relacionados con la construcción de la identidad y la dominación en ambientes de vínculo relacional. Tanto Marine Vacth como Jérémie Renier expresan esos rasgos de incertidumbre cuando estás atrapado en un thriller sexual y Jacqueline Bisset, llega justo a tiempo para poner orden dentro de la locura que implica no saber cuál es el lugar en la vida cuando se tiene un gemelo, vivo o muerto.
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