Carta de un casposo al señor ministro
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El próximo sábado, señor ministro, yo espero montear en la provincia de Toledo. En una finca en la que el año pasado hubo que cancelar la montería porque no había caza. Este año la perspectiva es muy otra. El terreno está mejor cuidado. Se ha incentivado la presencia de las reses invirtiendo dinero. Para ese día se han contratado rehalas que existen porque hay monterías, una modalidad de caza española. Habrá postores, veterinario y carniceros. Se habrá contratado un taco para los monteros, lo que ayuda a la economía del pueblo colindante. Algunos habrán dormido en un hotel. Cada montero que esté en esa cita habrá pagado por hacer un examen y obtener una licencia de armas. Habrá pagado por la guía que debe acompañar el arma, por la licencia de caza de la comunidad autónoma en la que estaremos monteando. Y habremos pagado por un seguro. Hay que ver cómo fomenta el Estado la caspa. Friéndola a tasas.
España es un país en el que la caza es transversal. Nada tiene que ver con una clase social. Qué más quisiéramos que en España hubiera un millón de millonarios. Cualquiera que recorra un sábado los pueblos de amplias regiones de España verá batidas de caza saliendo al campo. Ésta es una tradición cultural que existe en todo el mundo. Y España es un país privilegiado porque tiene una oferta que mueve al hijo del presidente de los Estados Unidos a instalarse unos días en Aragón y cazar en rececho. No hay otro país en el mundo en el que un ministro insultaría a un visitante así.
Este Gobierno, tan ajeno a algunos valores básicos, tan empeñado en ideologizar a los niños en lugar de educarlos, haría mucho mejor en enseñar a los urbanitas la realidad de lo que es la naturaleza. Una verdad que poco tiene que ver con una gallina, una vaca estabulada o un pony en un corral. A mí me gusta recordar cómo cuando yo contaba cuatro o cinco años jugaba un día con mis hermanos y primos junto al arroyo del Alpuébrega. Mi abuela Gabriela Maura, una de las grandes cazadoras españolas del siglo XX, vio una serpiente avanzando hacia nostros. Imperturbable, la agarró con sus manos enguantadas y la azotó contra un árbol hasta matarla. Después la hizo un nudo en una rama baja y durante el verano la vimos corromperse progresivamente. Al año siguiente, su esqueleto anudado testificaba el paso del tiempo, de la vida, de la muerte. Todo. Quede usted con Dios, señor ministro (con perdón). Yo me quedo con mi caspa.