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Декабрь
2018

Oficio acosado

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Abc.es 
La definición de periodismo que me hace sonreír es la de Chesterton, brujo de la paradoja: «El periodismo consiste en decir que Lord Jones ha muerto a gente que ni sabía que Lord Jones estaba vivo». Enlazando con el espíritu burlón del gran hombretón inglés hoy podríamos reformular así su cita: «El periodismo consiste en decir que Lord Jones ha muerto a gente que en realidad ya lo sabía, porque lo seguían en Facebook e Instagram y lo habían visto en el móvil». O también serviría esta otra: «El periodismo consiste en decir que Lord Jones ha muerto para que acto seguido lo rematen en las redes con espumarajos de insultos anónimos de gente que no tenía puñetera idea de quién era».


El reportero polaco Kapuscinski, venerado casi como un santo laico por el gremio, advertía que «este no es un oficio para cínicos». Pero como ser falible y nada heroico a ratos me identifico con la muy cínica caricatura que nos endilgó el literato Norman Mailer: «Si una persona no tiene talento suficiente para ser novelista, ni inteligencia para ser abogado, y si sus manos tiemblan demasiado para hacer operaciones, entonces se hace periodista» (eso es exactamente lo que siento ante la exitosa carrera de mi hermano como cirujano). Las facultades deben un elemental ejercicio de sinceridad a los miles de chavales que cada año se alistan en esta profesión. Podrían informarles sobre el salario medio de un periodista español y la tasa de paro. También cabría explicarles que las organizaciones periodísticas reposan sobre muchísimas tareas rutinarias, que nada tienen que ver con la épica y brillo del gran periodismo de élite y de alta investigación. El imprescindible trabajo de mesa gris no sale en las películas.


Tras la desmitificación, dos importantes verdades. La primera es que sin un periodismo vigoroso se descontrola la propensión de todo poder al ordeno y mando arbitrario. Es cierto: sin buen periodismo la democracia se pudre. La segunda es que existen auténticos héroes del oficio, que se juegan la vida por contar verdades que el poder o el crimen -a veces socios- quieren ocultar. Este año han matado a 63 periodistas; 60 están ahora mismo secuestrados y 348, encarcelados (el mayor número en China). En España, que pese a sus defectos es una gran democracia, no sufrimos tal nivel de agresión, pero sí un acoso creciente. En las redes sociales es ley el tiro al blanco impune contra el periodista. Los gobiernos -antes y ahora- imponen hasta cuotas de tertulianos. Los ministros y sus gabinetes siguen presionando teléfono en ristre, a veces incluso con amenazas económicas de la peor ralea. Por último, las plataformas tecnológicas monopolísticas han debilitado la cuenta de resultados de los medios, y a más flaqueza contable menos fuerza para plantarse frente a toda forma de poder, que al final es la auténtica razón de ser del periodismo. La prensa sigue pujante, pero amenazada. Por eso resultó tan reconfortante escuchar al Rey en los premios Cavia, recordando en alto «el bastión en defensa de la libertad» que suponen periódicos como este. Al final, la conciencia a prueba de bombas de Kapuscinki cotiza más que el efectismo cínico a lo Norman Mailer.



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