La mejor realidad posible
El progreso mira con deseo e imaginación la mejor realidad posible. Cuando imaginamos un futuro ideal, hay quien lo llama idealista o utópico, sin embargo, solo planteando un rumbo se pueden establecer metas cercanas y alcanzables, cuantas veces sea necesario. Por eso el progreso no tiene un punto de llegada, siempre podemos tener una mejor ciudad.
Es el horizonte que se va alejando al transitar por la Vía pero avanzando siempre, pasando por nuevas estaciones. En muchos ámbitos, se acostumbra hablar de cambio como sinónimo de mejora, sin embargo si este no se convierte en progreso con objetivos claros, no significará una mejora en la vida de las personas.
El objetivo de una ciudad no puede limitarse a mejorar aspectos físicos como pudiera ser la construcción de infraestructura, o la modernización de los servicios públicos. Si la inversión pública no incide directamente en la posibilidad de las personas de aportar a su ciudad y a su familia bienestar, no está cumpliendo su objetivo.
El progreso es el medio para el fin último que es el bienestar de cada persona y de cada familia. El desarrollo no es solo crecimiento económico o urbano.
Si los habitantes de nuestra ciudad desarrollan su potencial personal, si acceden a calidad de vida económica y social, si mejoran sus capacidades laborales o académicas, son indicativos de que estamos consiguiendo el bienestar.
El progreso así visto es el segundo principio sobre el que construimos “La Nueva Vía. Hacia un modelo de ciudad”, los cambios y transformaciones deben medirse en cuanto mejoran la calidad de vida de las personas.
Como lo planteó en mi libro, una ciudad es responsabilidad de todos y las acciones públicas y privadas deben tener el mismo objetivo, el progreso, es decir estar mejor que antes, siempre es posible y solo se logra cuando impacta en vidas más plenas de todos los que aquí habitamos.