Bale, el don de aparecer en las grandes citas
Es un tipo peculiar Gareth Bale. Cinco temporadas y media después, el galés apenas balbucea el castellano y lo malentiende de soslayo. En el vestuario, tiene los mismos amigos que cuando juega al solitario. Modric, compañero suyo en el Tottenham, es el único con el que tiene un conato de relación más allá de lo profesional. Como ya le ocurrió a Beckham en su paso por el Madrid, el vínculo de Bale con la ciudad, la lengua y el país se reduce a la mínima expresión. Su físico, siempre delicado, y su familia, que se convirtió en numerosa el pasado 8 de mayo con el nacimiento de Axel, su primer hijo varón, centran su vida y su día a día en la capital de España.
A todo ello, Gareth le suma su timidez y un carácter introvertido, haciendo de él una persona de poca expresividad sentimental y opaco en su lenguaje gestual. Esa guarida en la que vive y es feliz es tan respetable como inquietante para el club. Resulta complicado saber cuándo está feliz o triste, o si su dolor en sus castigados sóleos es más real que mental. Le envuelve un halo de misterio que lo traslada al verde, con partidos sobresalientes intercalados entre encuentros muertos que no se sabe si va o si viene.
Nishi, desbordado
Por suerte para el Madrid, ayer Bale tuvo uno de esos días que justifican los 100 millones de euros pagados en 2013. Y otra vez en un momento decisivo de un gran torneo. Bendita costumbre.
Sin estar a su máximo nivel físico, tras una semana parado por la torcedura del tobillo derecho sufrida la pasada semana ante el CSKA, el galés fue un cuchillo ante Nishi, el lateral derecho del Kashima. Una y otra vez estuvo inteligente y veloz para ganarle la espalda y provocar las jugadas de máximo peligro de los blancos. Su primer gol, a las puertas del descanso, en una primera mitad sin chicha y con el Kashima rozando el tanto en tres ocasiones, fue el justo premio a su gran primera mitad y la píldora de tranquilidad que necesitaba un Madrid de presión con prismáticos y errores no forzados impropios del talento de sus jugadores.
El refrigerio no frenó la lava de Bale, encendido como nunca esta temporada. Solo necesitó los diez minutos iniciales del segundo acto para sentenciar la semifinal y meter al Madrid en su cuarta final del Mundial de clubes en cinco años. Un regalo de billar, a tres bandas entre el lateral izquierdo Yamamoto, el portero Kwoun y el central Seunghyun, le puso en bandeja el 2-0 al galés, con su derecha y a puerta vacía. El tercero, trallazo a la escuadra tras asistencia de Marcelo, como en el primer gol, remató su exhibición de sesenta minutos, lo que estuvo sobre el campo antes de ser sustituido por Asensio, un cambio con el renglón torcido. El balear, con un edema muscular producido el pasado sábado ante el Rayo, se equivocó dando el visto bueno a los médicos. Catorce minutos duró sobre el estadio Sheik Zayed. En un sprint hasta línea de fondo se resintió de sus problemas y pidió el cambio al instante. El Mundial ha terminado para Asensio.
El que seguirá en él y con todos los méritos para repetir la titularidad en la final será Marcos Llorente. La ausencia de Casemiro, de regreso ante los japoneses en sus primeros minutos tras mes y medio de baja, ha sido tema menor con la irrupción del canterano, en el ostracismo el pasado año con Zidane y este curso hasta el adiós de Lopetegui.
Frente al Kashima, en esos primeros minutos de partido de escasa tensión del Madrid, fue Llorente quien sacó el genio y los pulmones para poner calma y evitar males mayores. Generoso en la ayuda a los laterales y acertado en los trabajos de fontanería de su zona de acción, tan ingratos como importantes en un equipo donde casi nadie roba un balón, la titularidad de Llorente es ya un «must have» de este Madrid de Solari que está a noventa minutos de cerrar el año como rey del mundo, otra vez.