Hasta hace tres décadas, los niños con discapacidad eran carne de marginación. Quedaban en casa, aislados, desconectados, sin posibilidad de crecimiento personal, intelectual y social. Al consuelo y el amor de los suyos, pero sin oportunidad de extender sus opciones vitales más allá de las cartas marcadas en su nacimiento. Hoy existe una realidad asombrosa, una historia de éxito, una notable red de centros de educación especial que ha llevado a estos chicos, a estos alumnos, a una vida más plena, más rica, más digna, más humana e infinitamente más divertida para ellos. Además, estas escuelas son fruto del empuje de la sociedad civil, de los colectivos, de los padres, en colaboración con la administración. Quizá esto explique la inquina...
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