Intensificación y malestar en el trabajo docente
Una de las consecuencias de la pandemia en el trabajo docente, además de las complicaciones diversas en la relación educativa con los alumnos generadas por la implementación emergente de estrategias para dar educación a la distancia, ha sido el incremento de la intensificación y el malestar. Los horarios desaparecieron y las exigencias administrativas parecen haberse incrementado, provocando con ello estrés, menos horas de sueño, cansancio, molestia, y no menos importante, la modificación de sus rutinas alimenticias.
La intensificación del trabajo docente no es asunto reciente, las políticas educativas instrumentadas en América Latina en las tres últimas décadas han llevado al trabajo docente a una precarización, que expresado en palabras de M. Sánchez “se ubica en la dinámica actual de la modernización del capitalismo en una fase muy agresiva, cuyo eje central es consecuencia de la reestructuración del modelo de acumulación que se incrusta en la lucha por la competitividad” (Sánchez, 2018) y producto de ello, la intensificación ha sido una de sus características más notorias.
En México, a raíz de la anterior reforma educativa de 2013, el trabajo docente se vio fuertemente violentado por las políticas punitivas de evaluación que se llevaron a cabo, particularmente porque los docentes vieron amenazada su estabilidad laboral, impactando esto en su labor cotidiana en los ámbitos de la enseñanza, aprendizaje y gestión.
La pandemia entonces, sólo vino a visibilizar aún más esta problemática. El confinamiento en casa y la determinación de suspender las clases presenciales y desarrollarlas a distancia, han sido en un contexto de incertidumbre, desigualdad educativa y social, y de temor natural por el cuidado de la salud. No estar preparados para ello, implicó que sólo se llevará a cabo una “transferencia” de actividades como si fueran presenciales sin considerar la condición actual. Los procesos administrativos (y exigencias de las autoridades) no se detuvieron, incluso, ocuparon un lugar más prioritario que la actividad pedagógica.
M. Sánchez (2018) plantea que el concepto intensificación deriva de las teorías generales del proceso de trabajo (Larson, 1980); y constituye uno de los niveles a través de los cuales se puede caracterizar la precarización del trabajo. Los planteamientos de dicha teoría se basan, en el caso del trabajo docente, en:
a. Disminución de los tiempos de descanso durante la jornada escolar. Es decir, se utilizan todos los tiempos en la escuela.
b. Sobrecarga crónica de actividades que reduce e inhibe la planificación de la vida profesional.
c. Deterioro de la calidad de los servicios educativos, provocado por la sobrecarga de trabajo que enfrentan los maestros (Hargreaves, 2005, p.144).
Sumado a lo anterior, y generadas por la intensificación del trabajo, la salud de los docentes se ha visto deteriorada en cuestiones ergonómicas, de estrés y cansancio físico y mental, así como de enfermedades crónicas y estacionales. No son pocos los docentes que, ante las exigencias administrativas y deseos de cumplir con su misión, han tenido la necesidad de abandonar el confinamiento para establecer comunicación presencial con padres y alumnos, poniendo en riesgo su salud.
Finalmente, un aspecto transversal que incrementa la intensificación y el malestar, ha sido el número de alumnos que atienden. En muchos casos, el número es excesivo (nivel de secundaria) y en otros, aunque pocos, son pertenecientes a zonas vulnerables y con pésimas condiciones para la educación a distancia y/o con conectividad. Esta condición, inevitablemente amplio de manera sustantiva los horarios de trabajo docente, sin que haya el reconocimiento oficial a ello.