Los arcos de acceso a La Moraleja se han engalado para la Navidad en confinamiento que les ha tocado vivir a sus habitantes. A primera hora, el paseo del Conde de los Gaitanes amanece desértico: no hay gente caminando por sus zonas verdes, las aceras o disfrutando de las cafeterías de entrada al lugar. Las sombrillas y las sillas se amontonan en las terrazas de algunos de los restaurantes del centro comercial Plaza Moraleja, cerrados ante las restricciones. Pero, por el contrario, el vaivén de coches que atraviesa la estructura porticada en ladrillo de la plaza de los Ciervos es continuo. No hay ningún control –en sentido entrada ni en salida– que les requiera documentación o salvoconductos para saber si...
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