«¡Los perseguiremos hasta el infierno!». «¡Se pudrirán en la cárcel!». Eso decían los socialistas, a la sazón en el Gobierno, en los años ochenta, noventa y dos mil. Eso declaraban sus líderes a los medios de comunicación. Eso prometían a los familiares de los asesinados en velatorios y funerales, entre abrazos hipócritas destinados a la galería. Porque ya entonces, siempre, mantenían abiertos canales de comunicación cordial con los cabecillas de la banda criminal, desde Antxón a Josu Ternera, a través de personajes siniestros como Jesús Eguiguren. Porque nunca creyeron que fuese posible derrotar policialmente a la serpiente, ni lo intentaron, ni cortaron esos contactos infames, por más muertos que los terroristas «pusieran sobre la mesa». Porque en el fondo, o...
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