Rocío Jurado también se cagó de miedo
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Llevar la violencia de género en horario de máxima audiencia es muy positivo. Lograr que millones de personas atiendan ante ese relato es necesario, pero hay un peligro evidente en hacer de ello un reality rodado a golpe de talonario, vendido al espectador con cebos y morbo. El terror psicológico, los golpes y el desprecio que narra Rocío Carrasco no necesitan dramatización, ni rótulos de enganche ni música embaucadora. Rociíto cuenta muy bien su verdad, es una gran comunicadora, para narrarla no precisa de esos fuegos fatuos que la bastardean.
Con esto no la pongo a ella en entredicho, sino a nosotros, los espectadores. Es terrible que para que un caso de violencia machista sacuda esta sociedad una mujer tenga que ser asesinada o, como ocurre ahora, contarlo como si fuera un espectáculo de consumo compulsivo y superficial. Tanto pienso llevamos engullido como ganado que no sabemos escuchar, solo sacar las palomitas y compartir esa herida a golpe de meme.
Yo sí creo a Rocío Carrasco, ya lo he dicho en la primera línea de esta columna. Todo indica que ella misma reclama la reapertura de su caso, sobreseído en su momento. Tras este juicio mediático y social a quien señala como su verdugo, «una mente diabólica», ella quiere poder volver a los tribunales. Ese objetivo no solo es legítimo, es necesario. Eso debería avergonzarnos, que una mujer tenga que recurrir al circo para buscar justicia.
Hay algo transversal en el relato de Rociíto. La culpa y la vergüenza atraviesan toda su historia de terror, de golpes y amenazas. Cuando recuerda cómo todo el pueblo sabía que su entonces marido le ponía los cuernos, cuenta que a ella la llamaban «cierva embarazada». La culpa no era del infiel, sino de la cornuda, la que tenía que sentir vergüenza. Un sentimiento que se repite en las palabras de su exsuegra cuando hablaban de cómo quería que se llamara su bebé: «El niño te lo ha hecho mi hijo, no te lo has hecho tú con un dedo». De nuevo, la vergüenza para ella y no para la persona que dijo esa palabras hediondas.
Al final, hasta su propia madre se convierte en un espejo en el que ver reflejadas miserias de nuestra sociedad. Rocío Jurado como ejemplo de lo terrible que es el silencio en la violencia machista. El miedo también pudo con la gran folclórica, con esa mujer de imagen fuerte y poderosa. La Jurado se calló por temor a la vergüenza, igual que le ocurre a tanta gente que aún prefiere ponerse de costado, incluso si la víctima es su propia hija y lo acaba de escuchar: «Te vas cagar, Rociíto». Y al final de esas escaleras, la que también se cagó de miedo fue ella.