La represión castrista durante las batallas de Girón
LA HABANA, Cuba.- Ahora que conmemoramos el aniversario 60 del desembarco de una brigada de combatientes anticastristas por Playa Girón, en la costa sur del centro de Cuba, evento que concluyó con una victoria militar de las huestes de Fidel Castro, es predecible que los medios oficialistas de la isla intensifiquen la cobertura en torno a ese hecho.
Y en ese contexto no podía faltar la doctora Graziella Pogolotti, convertida últimamente en una de las más relevantes intelectuales orgánicas del régimen cubano, sobre todo tras recibir de manos del mandatario Miguel Díaz-Canel la Orden Nacional José Martí, la más alta condecoración gubernamental en el país. El artículo “Las batallas de Girón”, aparecido en la edición del domingo 11 de abril en el periódico Juventud Rebelde, constituye el aporte de la señora Pogolotti al referido empuje mediático.
El texto se refiere a varios de los bombardeos a los aeropuertos donde radicaba la aviación castrista, a los combates en las arenas de Playa Girón, y al pugilato llevado a cabo por Raúl Roa, en ese entonces el canciller cubano, en las Naciones Unidas con tal de acusar al gobierno de Estados Unidos por el citado desembarco.
Sin embargo, las personas medianamente informadas sobre esos sucesos de abril de 1961 saben que la doctora Pogolottí ignoró otro acontecimiento que tuvo lugar por aquellos días en las calles y ciudades de la isla, y que afectó a muchos ciudadanos que no habían expresado una decidida adhesión a Fidel Castro y su gobierno.
Nos referimos a la gran ola represiva desatada por la policía política castrista, apoyada por elementos afines al gobierno, y que llevó a la cárcel a infinidad de personas que, según la apreciación de las autoridades, podrían haber apoyado en un momento dado a los expedicionarios. Se trató de una violación flagrante de los derechos humanos de esas personas, y de un indicio de hasta dónde era capaz de llegar el castrismo en la represión de sus opositores.
En una acción de esa índole, como es lógico imaginar, se cometieron no pocos excesos, en el sentido de haber llevado a prisión a algunas personas con aspecto de “pequeñoburgués”, pero que en el fondo terminaron siendo simpatizantes del régimen.
Mas, todo hizo indicar que el blanco favorito de la ira castrista fueron varias de las figuras de la jerarquía católica. No hay que olvidar que ya, desde un año antes, se habían roto las hostilidades entre la Iglesia y el Estado, cuando los estudiantes de la Universidad de Villanueva, cuyo rector era el sacerdote Eduardo Boza Masvidal, protestaron por el “homenaje” que hizo a Martí en el Parque Central de La Habana el funcionario soviético Anastas Mikoyán.
Según nos cuenta el periodista y escritor Pablo Alfonso en su libro Cuba, Castro y los católicos, publicado en 1985, en esos días de abril de 1961 fueron encerrados en las celdas del G-2 los sacerdotes Boza Masvidal y Evelio Díaz, quien sería posteriormente arzobispo de La Habana.
Y en la cima del escándalo, hasta el mismísimo cardenal Manuel Arteaga, ya para entonces con deterioro de su salud, quien debió pedir asilo en la embajada argentina en La Habana con tal de escapar de la arremetida castrista.
Como es sabido, en junio de ese año 1961, cuando Fidel Castro se reunía en la Biblioteca Nacional con un grupo de intelectuales a los que pretendía atraer hacia su gobierno, enseñaba sus dientes de lobo al expulsar del país a 132 sacerdotes, entre ellos a Boza Masvidal.
A la postre, la represión castrista en abril de 1961 continúa como una muestra de lo que harían los gobernantes cubanos en caso de ver peligrar a su régimen.
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