Sanar a través del arte
En el primer piso del edificio marcado con el número 39 de la calle Palma, Centro Histórico de Ciudad de México, hay un singular taller de manualidades que más bien parece una fábrica de creatividad, donde alumnas, dirigidas por el profesor Lipandri, moldean y tiñen figuras que, con las medidas de higiene necesarias, rozan el arte, sin perder el humor ni la disciplina.
Desde la ventana se observa a una violinista que interpreta una pieza clásica sobre la calle 16 de Septiembre, donde también se percibe un tráfago de empleados y vendedores que tratan de llamar la atención de la clientela despistada. Más allá, un dueto de ópera se apresta para intercalar sus voces. Son tres de los tantos músicos urbanos que ocupan la zona.
A una cuadra está el Zócalo, que al cruzarlo se llega a Palacio Nacional y a la Catedral Metropolitana; pero antes habrá que pasar por en medio de los portales del Ayuntamiento y las joyerías, donde se percibe un panorama sin estridencias, pues la algarabía está acotada por la pandemia.
Empleados y dueños de negocios se abren paso sin descuidar sus previsiones; otros, muy pocos, parecen desafiar al virus, pues prefieren pavonearse sin tapabocas. Sobre ellos se perciben miradas de asombro, pero los aludidos transitan jactanciosos, quitados de la pena.
La gente visita tiendas, museos, restaurantes, fondas, cafés, o simplemente va a saborear un helado o sentarse en las banquetas o simplemente visitar el llamado primer cuadro como una forma de turistear en su ciudad, lo que da un aire cosmopolita entre edificios coloniales.
Es solo una parte del escenario que enmarca a ese antiguo edificio, cuya puerta tiene el número 39; y entonces habrá que subir al primer piso, que hace esquina con 16 de Septiembre, donde el maestro Miguel Ángel Lipandri, armado de paciencia, erudición y disciplina, echa a volar la imaginación de sus alumnas que moldean y tiñen figuras.
Es el taller de manualidades Atelier M, que han capoteado los embates del covid-19, con un experto que descubrió nuevos caminos para la creatividad y, asegura, para sanar a través del arte.
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El brote de la pandemia, culpable de tantos quebrantos, también ha provocado que muchos emprendedores echen mano de la tecnología y no dejarse intimidar; al contrario: ha sido un estímulo.
En Atelier M, que tiene como líder a Miguel Ángel Lipandri, han perfeccionado su técnica con la experiencia acumulada, y tienen argumentos para soltar una frase: sanar a través del arte.
Sabe bien lo que dice.
Por eso no podían quedarse atrás y entonces abordaron el tren de las nuevas formas de enseñanza a través de redes sociales y otras herramientas; aunque saben que no es lo mismo estar frente a una pantalla a la presencia física del maestro, quien convive y transmite conocimientos.
Desde los 6 años, Lipandri auxiliaba a su madre en tareas manuales, una labor que le sirvió para sostener su carrera de Comunicación y Lenguaje, que ejerció durante un tiempo.
“Podríamos decir que llevo casi 43 años trabajando las manualidades, porque es lo que me apasiona”, comenta.
—Y cómo empieza.
—La historia es que mi mamá hacía muñecos para mis hermanos y nos llevaba al kínder. Ahí empezó toda mi atención. Con los sobrantes que le quedaban yo hacía ciertas manualidades y las vendía; de ahí obtenía ingresos para comprar más material y seguir invirtiendo.
Más adelante, en la secundaria, tomó el taller de Artes Plásticas. Fue cuando perfeccionó las técnicas y combinó sus conocimientos.
—Hay una mezcla de todo.
—Así es; en Atelier M nos dicen: no es una tienda de manualidades, es un atelier; y sí, realmente es un taller de arte, porque también nos enfocamos al rescate de muebles viejos para convertirlos en vintage.
Y su labor ha trascendido fronteras por medio de las redes sociales, especialmente en Centroamérica, de modo que los ha obligado a emprender nuevas técnicas que van más allá de las simples manualidades.
“Tratamos de ir al trasfondo del por qué, cuándo y cómo”, comenta Lapandri. “Por ejemplo, no podríamos invertir 25 mil pesos en un marco para adornarlo con hoja de oro, pero sí podemos hacerlo ficticiamente, dándole más autenticidad a esa parte”.
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Un filón que se abrió con la pandemia es que mucha gente permanece en sus casas y sufre de estrés, está angustiada y pendientes de las redes sociales; es ahí donde ellos entran, pues ponen a la venta sus tutoriales.
Lipandri dice que aprovechan ese nicho en línea, “lo que a mí me lleva a desarrollar mucho más técnicas y a emprender más manualidades”.
—También vienen de diferentes partes.
—Ahorita me comentaban que nos están viendo en 10 países. Tenemos alumnas de Costa Rica, nuestro mayor mercado, y hay maestras que me dicen: “Profesor, usted es muy famoso en Costa Rica”.
Y es que el primer contacto que tienen entre miles de personas, incluso de otros continentes, es en la exposición de manualidades que se realizaba cada año en el Word Trade Center.
—Y ustedes venden el material.
—Sí, vendemos un kit y la clase; incluye los materiales para que nuestras alumnas lo pueda desarrollar.
—¿Son moldes?
—Son moldes de silicón, esténcil de plástico, tenemos diferentes materiales para hacer molduras, cajas de madera, pinturas, envejecedores, tintas, alcohol, resina, pastas de madera; es una infinidad de materiales que nosotros usamos para todos esos proyectos.
Y las más acuden son mujeres, pues las manualidades no solo sirven para entretenerse, sino para emprender un negocio.
—Es usted muy estricto.
—Por ahí me dicen que soy maestro gruñón y yo les digo: “No soy gruñón, soy exigente”, y por qué exigente: porque si tú vas a vender un proyecto, véndelo bien, y que no te digan: “Mira, ya viste este detallito, cuánto es lo menos”. No, que te lo compren porque no tiene ningún error y porque tu trabajo está bien elaborado.
Y entre las alumnas está la maestra Arcelia Cepeda, quien asiste con la intención de aprender más técnicas y enriquecer las suyas, pues ella imparte clases en una dependencia del gobierno federal.
Ella trabaja un portarretrato con relieve de pasta. “He aprendido mucho sobre técnicas en cuestión de acabados; de imitar, por ejemplo, el metal, en una pieza de madera”.
—¿Y para este oficio usted qué sugiere?
—Mucha paciencia y que nos guste –dice Cepeda-, mucha constancia y sobre todo practicar, tener amor por las artes y las manualidades, porque podemos decir que, incluso, está dentro de las artes aplicadas.
Observar y observar, repite el profesor Lepandri, “porque así aprendemos a crear nuevas cosas”.
El taller es una galería permanente de trabajos colocados en repisas, como un par de angelitos negros, jarras, tazas y corazones. Aquí mismo se preparan los materiales, como “el oro ducado que encontramos en las iglesias”, detalla Miguel Ángel Lipandri mientras desfilan frente a sus ojos y acaricia las figuras de perfectos acabados.
Es el taller Atelier M, donde enseñan diferentes técnicas, como la aplicación de falso oxidado, entre otros, forjadas en diversos objetos.
—¿Cómo describiría su labor?
—Esto es parte de mi esencia, de mis emociones, de mis sentimientos, que siempre me gusta transmitir con mis alumnas, con otros maestros, para que encuentren un refugio y una sanación.
—¿Sanar?
—Sanar a través del arte.
Son sus palabras.
Humberto Ríos Navarrete