¿Vientos reeleccionistas?
La imagen de Francisco Ignacio Madero, uno de los símbolos de la 4T, en ocasiones debería desaparecer. El histórico mandatario, sacrificado a menos de dos años de ser elegido bajo el principio fundamental de eliminar la reelección, es muchas veces presumido en el actual régimen, pero, las tendencias que se muestran van precisamente en sentido contrario.
Pese a los casi dos millones de muertos que dejó en diez años de lucha la Revolución Mexicana, poco duró el gusto a los constituyentes cuando Álvaro Obregón decidió cambiar las reglas y consiguió de sus seguidores precisamente reelegirse, lo que a la postre todo indica le costó la vida al ser asesinado en La Bombilla cuando celebraba retomar formalmente el poder.
No hubo más intentos reeleccionistas hasta que, como todos sabemos, fue en el régimen de Enrique Peña cuando se abrió el paso para que los diputados se reeligieran sin pausas hasta por cuatro veces, los senadores hasta dos e igual opción se dio a alcaldes, regidores, entre otros.
Ahora al presidente Andrés Manuel López Obrador, quien insiste mil veces en que terminando su gestión se irá a su rancho de singular nombre, en verdad no se muestra tampoco como enemigo de que el famoso principio aludido sea disfrazado y, lo más difícil de pensar, en que pueda ser considerado de nueva cuenta a otros niveles.
No extraña que un senador comparsa como el verdecito Raúl Bolaños, cuya lealtad política se la debe al gobernador priista de Oaxaca Alejandro Murat, haya sido el seleccionado para cometer lo que, -si nos basamos en la teoría política pura- es un auténtico golpe de estado en el Poder Judicial. Proponer y lograr una gran mayoría de votos (incluidos extrañamente de muchos del tricolor quizá motivados por el mismo Murat que da signos de mucha afinidad al régimen), la extensión de dos años más -o sea hasta que se acabe el actual sexenio-, en el ejercicio de la presidencia de la Suprema Corte de Justicia y de la Judicatura federal, al ministro Arturo Zaldívar Lelo de Larrea.
Para cualquier lego, esto significa una decisión legislativa intervencionista en otro poder, ya que solamente los ministros pueden elegir a su presidente y, peor aún, un cambio que de suyo está prohibido por la propia Constitución. Esto puede tener varias lecturas, pero quizá una muy importante es que el gobierno de López Obrador no quiere correr riesgos en cuanto a que la siguiente Cámara de Diputados no constituya una mayoría suficiente para seguir haciendo y deshaciendo con nuevas leyes cuyas iniciativas no registran, ostentosamente, ni el cambio de una triste coma.
Es muy posible que ante un panorama que ya no se observa tan triunfalista para Morena como hace tres años, lo mejor para el gobernante sea apresurarse a contar con nuevas leyes a modo de sus proyectos, como la Eléctrica o la de Hidrocarburos, y dentro del Poder Judicial, también contar con cabezas más comprometidas con sus causas.
La clara contradicción con la norma constitucional de que el presidente de la Suprema Corte sea electo sólo por cuatro años y prohibición de que lo haga en lo inmediato posterior, de suyo pone en entredicho al órgano colegiado que incurrirá efectivamente en un reeleccionismo evidente si no lo rechaza, y que a querer o no y dadas las impugnaciones esperadas, pasará ahora sí a ser juez y parte.
Para Zaldívar, aunque no diga nada, tampoco es cosa que le desagrade ya que desde que fue nominado (válgame, por Felipe Calderón) y electo enseguida, ambiciona el poder como el que más y ahora disfruta del beneplácito del titular del Ejecutivo que no tuvo empacho en una corta mañanera en manifestar su “apoyo” (apoyo de qué y con qué derecho), a la iniciativa ganadora en el Senado para que continúe en la presidencia que, se sabrá a su tiempo, de esta forma seguirá haciendo su papel para influir en la decisiones que más interesen al gobierno de AMLO, como ha sucedido ya en algunas ocasiones, llevando algunos magistrados aliados incondicionales. Esto, de suyo, es lo que sucede en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con lo cual se sigue cercando el círculo de amurallamiento político y jurídico que busca el presidente.
Preocupación la hay y no sin base, que acciones de este tipo induzcan a pensar que un Congreso de mayoría absoluta llevaría a las acciones más autócratas posibles en la segunda parte del sexenio. Si esto sucede, ¿quién podría dudar de que algún legislador empleado como testaferro busque, en un “transitorio”, la continuación del presidente en el cargo y, quizá, hacia otros periodos de gobierno?
Definitivamente esto se aleja mucho de las ideas maderistas, pero, como fue el caso de un caudillo como Obregón, ¿quién nos asegura que no pudiera ser factible el afán reeleccionista que tal vez casi todos los gobernantes llevan dentro y que guardan entre sus más ocultos afanes y pretensiones.
Miguel Zárate Hernández
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