La primera vez que conectó un ordenador recibió una descarga eléctrica. Por aquellos tiempos, con once años recién cumplidos, tenía memorizada la respuesta para todo el que le preguntaba por su futuro. «Yo quiero ser dentista, como mi padre». Así que, entre una cosa y otra, nadie hubiera alcanzado a imaginar que aquel niño, primogénito del doctor Torrubia, reputado odontólogo alicantino, acabaría rechazando de plano el camino de la medicina por su aprensión a la sangre, y, por el contrario, pese a su tortuosa primera experiencia frente a una computadora, se convertiría en un primer espada del mundo de la tecnología.