Siempre hubo clases
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Sólo así entiendo esta obsesión enfermiza que tiene la izquierda con la clase media y nuestros caprichos dominicales, que son el diesel, un vehículo particular -que ya no es un 600, pero para el caso como si lo fuese-, o con que podamos comernos un chuletón de rubia gallega porque sí. La emprenden contra estas cosas porque tienen nostalgia de cuando también les alegraba el domingo a ellos, o lo que era encontrar sitio a la primera al volver de trabajar. Esas pequeñas heroicidades que hoy les caen muy lejos porque cuando Iglesias llega a algún lado se encarga el chófer de aparcar.
A Pedro no le interesa su retrato, lo que le gusta a él son los espejos porque para qué elegir un sólo perfil con el que posar cuando puede mirarse ahora el uno y ahora el otro. Lo que tiene escondido bajo el colchón nuevo de La Moncloa pudriéndose no es un retrato sino es el ‘Peugeot’ aquel con el que convenció a los socialistas después de dimitir. Por eso le ha encargado a la ministra de Industria que acabe con el diesel, porque el olor de las gasolineras le pesa en la conciencia como a Proust le conducía a las magdalenas.
Esconden todo lo que tenga que ver con la clase media, que es el éxito de cualquier democracia moderna, únicamente porque les pesa la conciencia, porque cuando nos miran entienden todos los atropellos que han tenido que cometer para llegar donde han llegado. Por eso esconden la clase media y la sepultan bajo un lenguaje de idiotas en el que hay niños, niñas y niñes, en el que las ciudades resulta ahora que son heteropatriarcales y todas esos cuentos que más que contarnos a nosotros, se los cuentan a ellos mismos porque es la única forma de acallar la conciencia cuando se van a dormir.