Galdós redivivo y requeteenamorado
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Celebrar a Benito Pérez Galdós en el centenario de su muerte es un acto de justicia. Revivirle enamorado de Emilia Pardo Bazán y, de paso, dar un paseo por su vida y su obra es un interesante motivo teatral. Alfonso Zurro ha compuesto un texto muy para la ocasión del centenario galdosiano, teniendo en cuenta el pasado (Galdós, su enamoriscamiento con la Pardo Bazán y algunas pinceladas de los vaivenes políticos de su época, incluso de alguna de sus apuestas políticas) y echando mano de la historia del pazo de Meirás, e incluso introduciendo de soslayo en una escena la controvertida imagen del comisario Villarejo para relatar un asunto de ficción sobre la falsificación de unas cartas. El juego teatral en torno a la relación personal de los escritores va construyendo la obra ante los ojos sorprendidos del espectador.
Que entre Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán hubo una relación y una admiración literaria es algo consabido. Que entre ellos la relación trascendió lo literario y se adentró en lo sentimental es también evidente. Que lo sentimental es solo el alma de una relación entre personas que se quieren queda muy claro en las cartas que se cruzaron, de las que solo se conservan las escritas por ella y se dan como perdidas las escritas por él. Esas cartas, con textos de un cariñismo lleno de ternura a veces y fogosamente carnal otras, son la base de ficción de esta obra, interpretada a las mil maravillas por María José Goyanes y Emilio Gutiérrez Caba, que encarnan los papeles de los dos escritores y amantes.
Aunque en el texto, escrito en clave de comedia, de entretenido diálogo equilibrado entre las partes, se dibujen algunos retazos de la vida del homenajeado y de una de sus amantes, no pretende ser ni es en modo alguno una biografía, si bien lo que se cuenta es cierto, pero solo es alguna de las piezas del inmenso puzle que compone la vida del autor de Fortunata y Jacinta.
La idea de concebir el texto a partir de las cartas es una genialidad teatral muy productiva y muy acercadora del contenido al mundo de los espectadores, pues se huye del lenguaje literario de los dos portentosos autores realista-naturalistas para verlos a través del lenguaje coloquial, cariñoso, personal y atrevido de las cartas que se escriben. Esa frescura se consigue con el texto y con los recursos interpretativos del actor y la actriz, que no necesitan impostar nada, sino dejar fluir su decir como lo dejarían si fueran unos enamorados ad hoc, con las expresiones y los dejes propios de ese estado en el que lo irracional se impone siempre a lo racional y lo privado deja rienda suelta a la libertad para expresarse.
Alfonso Zurro, autor de los textos y director del montaje, se acerca a los personajes reales (Benito y Emilia) y a los actores (Emilio y María José) muy desde fuera. No hace introspección, no se mete ni en su corazón ni en su cabeza, deja que se expresen en la privacidad de su cariño. Los equilibra, aunque pareciera como si la voz de ella fuera más potente, más ambiciosa, que la de él; seguramente esa percepción también se produzca porque el magnetismo, el empaque y la claridicción de María José Goyanes se impone sobre la escena a ese otro gran actorazo que es Emilio Gutiérrez Caba. Dos impresionantes intérpretes unidos por una fuerte complicidad encarnan y dan credibilidad a unos personajes vitales con sus verdades y sus contradicciones. Y no solo interpretan las dos figuras centrales, los dos literatos, sino que se desdoblan en otros cuantos personajes circunstanciales que forman parte del ovillo argumental. María José Goyanes en su papel de Emilia Pardo Bazán muestra su brillantez de siempre como actriz que adopta variados matices. Es ella la que intenta provocar a su partenaire, Emilio Gutiérrez Caba, como Benito Pérez Galdós, que es capaz de interpretar un personaje más contenido y menos vital y apasionado que el personaje femenino; ella, arrolladora, siempre intenta que él se quite la máscara de lo políticamente correcto; de ahí la importancia de la libertad de lenguaje que se expresa en las cartas, con alguna indicación sobre el amor carnal que se acerca a lo tórrido.
Interesante en ese acercamiento a los personajes es la visión desde la distopía del distanciamiento de lo que pudiera ser la celebración un tercer o cuarto centenario. Precisamente este alejamiento favorece la visión de estos dos personajes otoñales que ofrecen muchos elementos evocadores de la juventud y la adultez vividas y exprimidas y de sus aventuras amorosas semiclandestinas. Son en verdad dos personajes políticamente incorrectos para su época, que se rieron del mundo pacato y de la sociedad intransigente y retrógrada en la que vivieron; dos espíritus libres hermanados por la admiración mutua, la amistad y el amor total.
Que en la sucesión de escenas haya una que cuente con picardía crítica, sin llegar al sarcasmo, la presencia del dictador Franco y su esposa en el pazo que les 'regalaron' o que se cuente alguno de los sucesos sobre el mismo que no hace tanto leímos en la prensa, o la presencia de la imagen del comisario Villarejo, es un añadido que, si bien a no aporta nada a la historia de don Benito y doña Emilia, sí sirve para atraer al espectador a una trama que resulta creíble. Son momentos que buscan la distensión y la risa en un desarrollo en clave, eminentemente, literaria y seria.
Es evidente que Galdós enamorado, la propuesta festiva de Euroscena para el centenario del escritor canario y universal, con Salvador Collado a la cabeza, logra que la gente conozca un poco más el lado humano del autor de los Episodios Nacionales y de la autora de Los pazos de Ulloa, y que, a su vez, disfrute y pase un buen rato. El público, que llenó el Teatro de Rojas hasta donde el Covid permite, aplaudió con entusiasmo el espectáculo.