Tsundoku asintomático
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Desde que conozco su existencia, de manera mágica, sé que pertenezco a un grupo social, con lo que nos conforta lo gremial, y, sorprendentemente, he dejado de sentir la punzada de la culpa cada vez que salgo a husmear librerías y vuelvo a casa con un absurdo número de libros que han llamado mi atención y han extraído mi dinero.
Y digo que no me siento culpable porque, creo, que acumular libros, fumar, desayunar torreznos o dar consejos, son acciones que realizamos por esa necesidad que tenemos de sentirnos inmortales, de que nada nos puede, de que la posteridad somos nosotros.
Hay libros que se compran por completismo, otros por reto intelectual, unos por simpatía, muchos por si acaso y bastantes, por el puro placer de poder decir que lo tienes cuando alguien los nombra en una conversación.
Es, si quieren, irracional e infantil, pero el placer de mirar a tu biblioteca y ver los lomos coloreándola es similar, para quien ama los libros, al que colecciona botellas vacías de cervezas de todos los países. Escrito todo esto, me falta una palabra que resuma precisamente el placer de poseer objetos que amamos aunque no las usemos, aunque más de alguno pensará que se llama 'Diógenes'.
Acabado el artículo ¿han visto las vueltas que le ha dado para justificar mi vicio? Espero que me lo disculpen. Me voy de librerías.