El Wey Tlatoani
Fiel a su retropopulismo nacionalista de estampita escolar de la vieja dictadura, López Obrador se fascina con ese discurso maniqueo del indígena bueno y el conquistador malo. De allí que uno de sus primeros actos como presidente haya sido el pedirle a la corona española que se disculpara con México. Como AMLO suele hablar primero y pensar después —en el mejor de los casos—, el mundo le agradeció la carcajada que el gesto causó fuera de nuestras fronteras, pero la vergüenza en casa ni quién nos la quite, no solo porque la ornamental monarquía que en nuestros días ocupa la Zarzuela en nada se parece a la de los Reyes Católicos, sino porque los españoles que hoy habitan la península ibérica poco tuvieron que ver con ese desaguisado, siendo más bien los antepasados del mayormente mestizo presidente mexicano los que perpetraron los consabidos atropellos.
En el capítulo dos de esta telenovela bananera que está resultando ser la 4T, López Obrador decidió celebrar este pasado jueves, al lado del Templo Mayor y, por alguna razón ignota, con la presencia de Dilma Rousseff, los 700 años de la fundación de Tenochtitlán, sin importarle haberse adelantado cuatro años a la fecha acordada como mejor aproximación por los historiadores y arqueólogos serios. Claudia Sheinbaum dijo así este pasado septiembre: “México-Tenochtitlan, nuestra casa, lugar de encuentros, de libertades y de derechos se apresta a celebrar sus más de siete siglos de grandeza”.
Muy bonito todo, pero olvídense de la pifia cronológica; el presidente y la jefa de Gobierno parecen ignorar que la imponente civilización del Valle de México nació siendo todo menos libre, justa y respetuosa de los derechos humanos. Tan es así que más de 200 mil indígenas tlaxcaltecas, pinomes y otomíes se unieron, a cambio de privilegios negociados y con la esperanza de ver terminada la onerosa carga impositiva, las agresiones y la sumisión exigida por el imperio central, al puñado de soldados españoles que, de otra manera, jamás hubieran podido tumbar solos al nutrido ejército azteca, ese que efectivamente cayó ante Hernán Cortés en un año terminado en 21, pero hace cinco siglos, aunque supongo que eso no le resulta tan celebrable a quien quiere que lo veamos como el nuevo y glorioso Tlatoani de estas tierras.
Porque los Huey Tlatoanis aztecas eran líderes absolutos, tanto civiles como religiosos, que enfatizaban su poder dejándose ver en su más magnífica forma, en efigie o en persona, por toda la urbe; Tenoch, los Moctezumas y Ahuizote se placeaban entre pieles de jaguar, plumas de quetzal y cuentas de corales, nácar y obsidiana, mientras que López Obrador se adorna la cabeza con flores y panes de miga. El último en ejercer el título fue Cuauhtémoc, aunque antes de extinguirse hubo un par de patiños nombrados por los invasores que lo llevaron carente del respeto y del poder original; el mismo Cuauhtémoc siguió siendo Tlatoani, pero convertido en Fernando Alvarado Cuauhtemótzin, hasta su asesinato a manos de Cortés en 1525.
Huey Tlatoani, por cierto, quiere decir el gran orador, que en nuestros días igual de bien podría traducirse como el Gran Hablador.
@robertayque