Lenguas
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No basta con que se estudie, se aprenda, se lea y se entienda, como sucede ahora. Además hay que usarlo, porque es una suerte de marchamo de galleguidad de la buena, que distingue a los practicantes del auto-odio de aquellos con un compromiso real con la tierra. Ya saben, los buenos y generosos frente a los imbéciles y oscuros de Pondal. Por tanto, seguirán repitiendo a coro —con las palmas cómplices del PSOE— consignas como lingüicidio, apocalipsis lingüístico, muerte del idioma... Todo muy moderado.
Hay además otro argumento falaz y venenoso, que se está empleando con las nuevas generaciones. Se les quiere hacer ver que ‘su’ lengua es el gallego, frente al castellano, que poco menos vino a lomos de las hordas invasoras de los Reyes Católicos a imponerlo junto al credo religioso. Lenguas de unos frente a lenguas de otros, lenguas desnaturalizadas como objetos de comunicación y entendimiento para exhibirlas como seña identitaria y de no se sabe bien qué compromiso. Como si el castellano no fuese de todos como idioma universal que es.
La lengua gallega no morirá mientras haya quien la hable, quien la enseñe y la difunda; mientras se mantenga como una lengua dignificada y con su doble variante culta y popular, de universidad y aldea. Y entra dentro de la normalidad que haya programas de dinamización de su uso, de espacios en que esté protegida y garantizada. Pero como todo derecho que se precie, tiene como límite la libertad del individuo para emplear una u otra, según su compromiso con el territorio o según le salga de las narices. Basta ya de estupideces.
Galicia no se entiende sin su lengua. Nadie lo discute. Su lengua es la expresión oral de su cultura, de su idiosincrasia, de su historia colectiva, de sus tradiciones y costumbres. Como lo fue en su día el latín, la herramienta de un imperio global que duró un puñado largo de siglos, y que fue paulatinamente dejando de usarse. Gigantes mucho más altos que el gallego han caído, y sin embargo nadie ha formado la plataforma ‘Queremos Latín’.