Años, tuvieron que pasar años, para que se diera un encuentro que aún asombra, conmueve e indigna a los colombianos, no solo por el peso histórico y moral del mismo, sino porque hasta hace diez años habría sido impensable.
Íngrid Betancourt lloró. Y se indignó. Y dijo lo que le salió del fondo de su corazón, pero de manera pausada, como los colombianos y el mundo se han acostumbrado ya a oírla. Reflexiva, sensata y a la vez crítica del triste legado que le ha dejado la guerra a Colombia y del impacto que tuvo en ella y su familia, una más entre miles arrasadas emocional y, con mucha frecuencia, económicamente por el secuestro de seres queridos.
La exguerrilla de...
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