Todo el andamiaje que parecía sostener nuestras autonomías comenzó a desplomarse cuando se declaró la pandemia. Los deseos, el encuentro de los cuerpos, el aire que necesitamos respirar para salir de las violencias, las vidas que queremos vivir; todo quedó en suspenso. Aquello que cada une construyó como propio en su trabajo parece una ilusión lejana, las convivencias son espacios de amotinamiento y la ciudad es una desconocida. Todo puede cambiar en un estado de excepción como éste, sostiene la psicoanalista Débora Tajer, que explica además que no hay vulnerabilidad ni autonomía indivual que no dependa de las condiciones colectivas.