Pasaron del fugitivo Carles Puigdemont a Quim Torra, agitador que llamaba a «apretar» contra las instituciones democrática, nacionalista de la especie más incívica. Algunos optimistas pensaron que los herederos del pujolismo no podían caer más bajo. Se equivocaron. Los de Junts per Catalunya eligieron, plenamente conocedores de sus andanzas en la Institució de les Lletres Catalanes, a Laura Borràs como presidenta del partido. La hiperventilación patriótica derrotó a la ética política. Entregaron el partido a una multi-imputada por corrupción, con claros indicios de fraccionamiento de contratos para favorecer a un amigo condenado por narcotráfico y falsificación de moneda. ¡Ahí es nada! En breve se iniciará el juicio oral. Y el artículo 25.4. del reglamento del Parlament es muy claro: debe ser inmediatamente suspendida como diputada. Sin embargo, y a diferencia de su tocaya a quien cantaba el italiano Nek, Laura no se va, ni se escapa de nuestras vidas. Si tuviera un mínimo de dignidad personal o de aprecio por la institución que preside, dimitiría sin esperar a que la echen. Pero ya ha dicho que ella se queda. Aplica su propio manual de resistencia y, como aquel paranoico que dice ser perseguido por «poderes ocultos», denuncia que en el fondo de su causa hay razones ideológicas. La realidad es que la investigación a esta funcionaria del Estado (español) la iniciaron los Mossos d'Esquadra cuando seguían al susodicho narco. Sus mails sobre los 'trapis' suman a esta sórdida historia oscuros tonos de cutrez. El relato victimista no se aguanta por ninguna parte, pero a los procesistas les seduce el cinismo de la posverdad. En un ambiente de irracionalidad consolidada, ni los de Esquerra Republicana se atreven a denunciar las corruptelas de sus socios. La guerra incivil entre 'indepes' es un hecho, pero guardan las apariencias. Nadie quiere ser tachado de traidor. Laura se queda, de momento, y el prestigio del Parlament se hunde, un poquito más.