Rosa Nelly Trevinyo: La Paradoja del Poder (Parte 1 de 2)
Bien decía Churchill que el poder es el mayor afrodisiaco. Y es que, el poder no sólo seduce, sino que también trastorna. Por eso, para entender el comportamiento de quienes lo ejercen, no basta con recurrir a la ética y la antropología, hay que apelar también a la psicología y la neurociencia. En esta columna, enfocaré el tema desde la psicología; en la próxima, desde la neurociencia.
Desde hace ya varios años, los psicólogos nos han advertido que debemos estar atentos a las influencias del poder. Sobretodo, a su capacidad para distorsionar la forma en que nos vemos a nosotros mismos (auto-percepción) y en la que tratamos a los demás (convivencia). Y es que, resulta, que cuando nos sentimos poderosos, somos más propensos a actuar como sociópatas y a caer en comportamientos poco éticos.
Quien detenta el poder va sufriendo a lo largo del tiempo una metamorfosis que lo lleva a cruzar al lado oscuro. Es lo que se denomina “el Síndrome de Hubris o Hybris”—que en griego significa exceso; transgresión del equilibrio. Este síndrome es un trastorno de la personalidad desencadenado por el ejercicio del poder y potenciado por el éxito; y puede afectar a cualquier persona, independientemente del género, la edad, la profesión o condición.
Y, aunque uno pudiera pensar que quienes tenemos valores éticos y morales somos inmunes, la investigación demuestra otra cosa. Tener, usar y mantener el poder induce una serie de cambios en nuestro funcionamiento psíquico. Estas alteraciones modifican el carácter, la forma en que procesamos la información y nos hacen más vulnerables a perder nuestras virtudes.
¿A qué cambios nos referimos?
1. Tendencia al Egocentrismo. Nuestra capacidad para enfocarnos en los intereses y emociones de otros se reduce—falta de empatía. Basamos nuestras decisiones en estereotipos. Consideramos a los demás, “piezas” (cosas) que podemos mover.
2. Superioridad y Arrogancia. Nos sentimos únicos; casi omnipotentes. Y si encima tenemos un equipo de aduladores profesionales a nuestro alrededor, terminamos mostrando excesiva confianza en nuestro propio juicio (fracasar no es una opción).
3. Aislamiento Progresivo. Perdemos contacto con la realidad. Nos justificamos diciendo que es la “soledad del trono”, pero la realidad es que despreciamos las críticas o los consejos de los demás.
4. Narcisismo. Desarrollamos una preocupación excesiva por nuestra imagen y presentación. Manifestamos una necesidad imperiosa de reconocimiento; de buscar la gloria.
5. Terquedad e Imprudencia. Asumimos ideas fijas; no medimos el riesgo ni analizamos los detalles. Nos involucramos en acciones socialmente inaceptables—i.e., fraude, burlas y críticas descaradas, comportamiento grosero.
El poder continuado nos pone en un estado maníaco; nos hace sentir dominantes, expansivos, energizados, inmunes al riesgo. Y, cuando las personas con poder pierden las cualidades positivas que los llevaron a elevarse como líderes—la empatía, la colaboración, la apertura, la imparcialidad, la reciprocidad—éstos comenten graves errores que los conducen a la ruina.
¿Y qué hacemos? ¿Cómo lo prevenimos?
· Primero, hay que estar enterados y ser conscientes de las consecuencias negativas que pueden surgir al ejercer el poder.
· Segundo, debemos aceptar que no estamos inmunizados ante esas consecuencias. Hay que estar atentos a los sentimientos y reflexionar sobre nuestros comportamientos.
· Luego, habría que entrenarnos para mantener los pies en la tierra—es decir, para ser más empáticos, agradecidos, generosos y humildes. Y, con ello, para practicar la escucha activa.
· Finalmente, es recomendable tener guías—asesores psicológicamente informados; no aduladores—que nos hagan notar nuestros errores antes de que sea demasiado tarde. Claro, en este punto, habrá que esperar que la persona en el poder venza su ego y entre en razón.
En breve, desde la psicología, más vale prevenir, ya que curar implica perder el poder y enfrentarnos abruptamente con la realidad.
** No te pierdas, en 15 días más, la segunda parte de esta columna de opinión. ¿Tendrá la neurociencia una medicina que alivie esta patología?
SOBRE LA AUTORA:
Socia de Trevinyo-Rodríguez & Asociados, Fundadora del Centro de Empresas Familiares del TEC de Monterrey y Miembro del Consejo de Empresas Familiares en el sector Médico, Petrolero y de Retail.