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Октябрь
2022

Ni facha, ni brutal: las mentiras sobre la Reconquista que buscan dañar la historia de España

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Abc.es 
La cita es en el comedor principal del hotel InterContinental Madrid. De buena mañana, la escasa luz que entra desde los ventanales hace resaltar todavía más la imponente cúpula central. Casi evoca un salón medieval de esos que regentaban monarcas como Jaime I. Pero hoy nos recibe otro tipo de rey: el de la divulgación y la novela histórica. Juan Eslava Galán no viste sayo regio ni porta cetro; su uniforme para enfrentarse a la entrevista es un traje oscuro sin corbata. Y, tras tomar asiento, la primera frase no es para hablar de su nuevo libro, ' La Reconquista contada para escépticos ' (Planeta), sino para explicar su estajanovismo literario –tres obras presentadas en un año–: «Si un tiburón no nada, se muere». Eslava no planea dejar de nadar mientras las fuerzas le respeten, como tampoco claudicará en su particular enfrentamiento contra la ignominia que supone la politización de la historia. Siempre con tono pausado, de buen profesor que anhela que la lección quede grabada a fuego en la mente, se niega a abandonar conceptos «muy prácticos» por mucho «que la progresía esté obsesionada con que son fachas». Su máxima es que el pasado no debe ser ni de unos ni de otros. Aunque su batalla más dura la presenta en el campo de las falacias repetidas hasta la extenuación; por eso la coletilla de la saga: 'Contada para escépticos'. No va de farol ni es un cliché. En cada capítulo, de los casi setenta que esconde el libro, arremete contra un mito. Escapar de la revisión No hacen falta preguntas para que el autor saque a relucir que la obra que presenta –a caballo entre el ensayo y la novela histórica– trata un tema tocado por la polémica. Eslava va de cara: «Existe un grupo de historiadores que creen que no se puede utilizar el término Reconquista porque es facha». Negar que este concepto se generalizó durante el franquismo por la obsesión del dictador de sustentarse en las gestas patrias es no conocer nuestro pasado. Sin embargo, es igual de absurdo que haya que borrorarlo de los libros por los caprichos de la izquierda más populista. Para empezar, porque «nació mucho antes, en el siglo XVIII», pero también porque «es algo práctico» y que la sociedad entiende de un golpe. Aunque Eslava no se queda en lo cosmético, sino que baja hasta las profundidades de la cuestión y enumera los reyes que, entre los siglos VIII y XVI, afirmaron que había que recuperar la «venerable antigüedad» del reino godo. Aquí van algunos de los muchos ejemplos. En la crónica de Alfonso III, alumbrada en el año 887, el monarca escribió que «los cristianos afrontan batalla contra los moros día y noche hasta que Dios quiera que sean expulsados». Fernando I de León , en el 1045, ordenó a los árabes emigrar a su «propia orilla allende el Estrecho y dejarnos nuestro país». Y Alfonso VIII de Castilla arengó así a sus soldados antes de la famosa batalla de las Navas de Tolosa: «Todos nos somos españoles, y entráronos los moros a la tierra por fuerza». Juan Eslava Galán, después de la entrevista Ernesto Agudo Sigue y sigue la conversación, y una palabra resuena en la boca del autor de forma recurrente: « Moros ». Que si los moros tomaron tal ciudad, que si los moros cobraban parias o impuestos... La tendencia a no utilizar este término por considerarlo peyorativo es otra controversia que a Eslava le parece hueca. «Tendría guasa que hablásemos de las fiestas de musulmanes y cristianos», apostilla con su característica sorna andaluza. «No es un insulto, es un término cuyo origen es griego y significa habitante del norte de África», incide. Una vez más se muestra tajante: por mucho que la progesía lo demonice, seguirá formando parte de su vocabulario. Unos tragos de agua después, Eslava inicia el asedio a la fortaleza de los mitos. No deja ni uno en pie, y son muchos. «Es normal que haya tantos. Para empezar, porque de los primeros años existe muy poca información», afirma. La misma invasión de la península en el siglo VIII se forjó sobre la leyenda de que el conde Don Julián permitió el paso a los musulmanes para vengarse del rey Don Rodrigo, que había violado a su hija. Y lo mismo pasa con el hito con el que arrancó la Reconquista: la batalla de Covadonga (acaecida entre el 718 y el 722). «No fue un enfrentamiento masivo, fue una pequeña refriega en un lugar indeterminado del monte Auseva de la que salieron crecidos los cristianos», sentencia. Sin tópicos Eslava solo acaba de empezar. Ocho siglos dan para mil mitos. Uno de los que más le escuecen es esa idea generalizada de que la Reconquista comenzó en Covadonga , cuando, en realidad, los invasores fueron detenidos en Poitiers (Francia) y empujados hacia el sur por los primeros reinos cristianos del noroeste. De paso, carga también contra la idealización de la unidad musulmana tras la designación de Córdoba como capital de Al Ándalus en el 716. «Los moros nunca fueron una nación conjunta. Siempre hubo tensión entre el centralismo y los movimientos independentistas de los nobles que debían contener las acometidas enemigas en las marcas de Zaragoza, Toledo y Mérida », confirma. Aunque esta falacia no atañe solo a los invasores. En palabras del divulgador, a los cristianos les sucedió otro tanto: «Los reyes cometieron el error de pensar que el territorio conquistado era su patrimonio. Luchaban toda la vida por ampliar el Estado y, al morir, lo repartían entre sus hijos». Aquello lastró una Reconquista que, aunque se suela obviar, también se vio frenada por muchos períodos de paz y comercio entre unos y otros. Como aportación única, Eslava analiza en su obra instituciones fronterizas comunes y olvidadas que no suelen aparecer en los libros de historia. Desde los alfaqueques –redentores de prisioneros– hasta las leyes que se idearon para comerciar entre facciones. «Estaba prohibido vender caballos y armas a los moros», explica. Batalla de las Navas de Tolosa ABC El último mito que Eslava no quiere dejar de señalar es el de la brutalidad de los reinos peninsulares. Porque no todo eran mandobles e improperios entre los cristianos. «Destacaba su arte, reflejo del mundo bizantino a través del carolingio, y el Camino de Santiago, que atrajo toda la cultura del Císter y Cluny ». El romanticismo, sin embargo, idealizó la civilización islámica y obvió barbaridades perpetradas por personajes como Almanzor. «No conquistó territorio, lo único que hizo fue devastarlos. Cada año, como el que recoge la cosecha, subía al castillo de Gormaz y, desde allí, iba hacia Santiago o hacia Barcelona para saquearlas», finaliza. Sorprende que se le suela dejar al margen a pesar de que, ya en el siglo XI, las crónicas desvelaron sus tropelías. «Comenzó a devastar muchos de sus reinos y a matar con la espada. […] Ciertamente devastó ciudades y castillos y despobló toda la tierra hasta que llegó a las zonas marítimas de la España Occidental y destruyó la ciudad de Galicia», explicaba el obispo Sampiro, El mito de las tres culturas Al Ándalus se ha idealizado a todos los niveles, pero un mito sobresale por encima del resto: la máxima de que fue el paradigma de la convivencia entre las tres culturas –musulmana, judía y cristiana–. Y, aunque han pasado siglos y siglos, la rueda del tópico no se detiene. Una de las últimas veces en las que giró fue en 2019, cuando la que fuera coordinadora andaluza de Podemos y presidenta del grupo parlamentario Adelante Andalucía, Teresa Rodríguez, afirmó que los Reyes Católicos habían devuelto la Córdoba multicultural al medievo. «Ustedes no quieren que nuestros niños y niñas tengan la autoestima de saberse parte de una identidad donde María de Cazalla, Séneca, Maimónides o Averroes rezaron en cinco lenguas diferentes a cuatro dioses distintos cuando Córdoba y Granada eran una capital europea», añadió. La idea de la convivencia en la Córdoba musulmana está muy cuestionada entre los historiadores. Uno de los que más ha cargado contra ella ha sido Serafín Fanjul, miembro de la Real Academia de la Historia y Catedrático de Estudios Árabes en la Universidad Autónoma de Madrid. En sus múltiples estudios sobre el tema, el experto ha explicado que, aunque es cierto que hubo cierta tolerancia durante los dos primeros siglos de la invasión, esta se debió a que los escasos invasores necesitaban a la población local. Cuando la hegemonía musulmana creció, la tolerancia fue cada vez menor y, a mediados del siglo IX, los cristianos comenzaron a ser perseguidos y represaliados. De hecho, dos de los cordobeses que Rodríguez utilizó como ejemplo de la igualdad en Al Ándalus tuvieron un triste final a manos de los musulmanes. Averroes fue desterrado a Lucena en 1195 por los almohades, quienes también condenaron sus escritos. Pasaron tres años antes de que fuera rehabilitado por el califa. Y otro tanto le sucedió al judío Maimónides, quien fue perseguido por los extremistas del Islam. Todo ello, a pesar de que quiso adaptarse a las pautas religiosas establecidas por aquellos que ostentaban el poder. Eslava se muestra también en contra de esta idealización. «Es sencillo, el que mandaba siempre abusaba del resto. Los moros decían respetar a los pueblos del libro, judíos y cristianos, pero les ponían unos impuestos tan pesados que era más factible convertirse que pagar», sentencia. El problema, una vez más, es que la palabra tolerancia no debería aplicarse a una sociedad de hace siglos. «Lo más adecuado sería cambiar esa idea de convivencia por la de coexistencia», apostilla. Por último, el autor carga también contra la mentira de que los cristianos estaban atrasados con respecto a los musulmanes. Y no le falta razón. Tras la conquista de Granada, los reinos peninsulares dieron pasos de gigante en cartografía, navegación oceánica y cosmografía. Tras la historia pura, que no dura, toca centrarse en otro tipo de batallas. «¿Cómo podemos reconquistar a la juventud para que lea historia?», preguntamos. Eslava se sorprende, pues está convencido de que las nuevas generaciones demuestran día a día el interés por el pasado. Ese cambio de paradigma ha llegado a golpe de divulgación y de narrar los hechos sin palabras rimbombantes ni conceptos complejos. Aunque no niega que todavía queda camino por andar: «Ya que el ministerio de Educación, o como lo llamen, está fallando, es bueno que atraigamos a los jóvenes con cosas que les llamen la atención, como los aspectos militares». El arma de la que se ha vuelto a valer este veterano contador de historias para conseguir su objetivo es la mezcla de realidad y ficción. Juega con los personajes, habla con ellos como narrador y crea un escenario pintoresco sobre el que actúan. Todo, ciñéndose siempre a las crónicas y a los datos. «Mi máxima es que una buena novela histórica tiene que estar muy documentada», insiste. La pregunta es obligada: «¿Y una que no lo sea tanto?». Eslava espera unos segundos, pero no para esquivar la cuestión, sino para coger impulso: «Una obra se convierte en mala cuando el autor usa datos y comportamientos erróneos. El escritor tiene que ponerse en la mentalidad de entonces. En caso contrario, el suyo es un libro fallido». Juan Eslava Galán, durante la entrevista Ernesto Agudo Ese, dice, ha sido el gran error de la política actual: analizar el pasado con ojos del presente para politizarlo. «La historia no es de derechas o de izquierdas. Como la Reconquista se ensalzó en la época de Franco , ahora, por esa manía pendular que tenemos, está siendo denigrada. Pero no hay que utilizarla, debemos aceptarla y estar orgullosos de que una serie de reyes pudiesen recuperar un territorio que consideraban suyo», finaliza. MÁS INFORMACIÓN La 'Ruta de la Reconquista': los lugares clave del nacimiento de España desde Don Pelayo Así aplastó Castilla el último (y desesperado) intento musulmán de conquistar otra vez España Covadonga, la batalla donde 300 cristianos vencieron al poderoso ejército del islam El tiempo se acaba y toca meter el dedo en el ojo. «¿Podría dar algunos nombres de novelistas malos?». Si había permanecido erguido en la silla, ahora se reclina y se acerca. «Decía Dámaso Alonso , el que fuera director de la Real Academia Española, que los nombres son una peligrosa sima. Nunca cito nombres de autores que estén vivos», explica. Eslava, muy galán, le da la vuelta al argumento: «Imagine que la pregunta es la contraria. Si doy diez nombres de autores buenos, seguro que me olvidaré de alguno que se ofenderá». Termina diciendo que el lector, soberano, sabrá distinguir la paja del grano,



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