Un Halftime Show a otro nivel

Rihanna elevó el espectáculo de la Super Bowl a otro nivel. Y no solo en un sentido literal sino también simbólico. Las plataformas flotantes sobre la que bailaba la artista y parte de sus bailarines, oscilando a más de veinte metros sobre el césped, parecían emular un enorme ecualizador del volumen, aludiendo a la energía, la potencia y el sonido de la música. Realización acompañó con maestría la puesta en escena, con unos planos generales muy abiertos que intensificaban la espectacularidad y la sensación de vértigo. Se buscaba el contraste entre la inmensidad del estadio y la insignificancia de los cuerpos suspendidos en el aire. El efecto visual, desafiando la gravedad, se consiguió sobremanera. El llamado efecto WOW se logró desde el primer segundo. La Diosa Rihanna dirigiendo su ejército de bailarines iba vestida de rojo, color asociado a fertilidad. Y en su abdomen se escondía el segundo mensaje: el embarazo como el empoderamiento máximo. La artista siempre ha querido romper con los estereotipos vinculados a la maternidad. Se ha alejado de la estética cursi que transmite fragilidad y pasividad para exhibir (ya con su primer embarazo) una maternidad desafiante y poderosa. Y así eligió representar su regreso al escenario: asumiendo, con su notoria barriga, un espectáculo osado, vigoroso y provocador. Un corsé rojo brillante subrayaba unos senos turgentes, apelando de nuevo a la feminidad y a la creación de vida en una Super Bowl siempre recatada en lo que a pezones se refiere. Rihanna, que siempre ha reivindicado los derechos de la mujer, regresaba al espectáculo convirtiendo su embarazo no en un simple anuncio sino en un envite, una advertencia. La gestación no como un obstáculo incapacitante sino como un estado de fuerza y poder.

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