La novela empieza con una muerta, pero es difícil no reír. «Si hasta las presentadoras de televisión escriben novelas, ¿por qué no íbamos a escribirlas nosotras?», suelta Rosa Belmonte . «Es una novela negra, pero hace buen tiempo. Más bien es una novela azul marino. Como decía el duque de Windsor que tenían que ser el esmoquin: azul marino, porque parece más negro que los negros», continúa. Emilia Landaluce ríe: «Es una novela para leer en la playa. Tiene esa luz, aunque con sus cosas sórdidas». Hablamos (hablan) de 'La mala víctima' (Espasa), el nuevo libro que las periodistas y escritoras publican al alimón, tras el desternillante ' Sobre nosotras. Sobre nada ' (La esfera de los libros). Esta vez es un salto a la ficción: hay un cadáver bello y una periodista con experiencia y un periódico y un montón de gentes con dinero y poder y otras cosas. También, claro, un violador. Y drogas. «Teníamos la intención de probarnos. Y nos hemos puesto con la mejor de las intenciones, que es que la gente se entretenga. Puede sonar pretencioso, pero es una novela que a mí me gustaría leer», apostilla Belmonte. ¿Y cómo se escribe entre dos? «Pues hablando mucho por teléfono», zanja Landaluce. La idea, cuentan, les vino con aquel boom de los pinchazos. ¿Se acuerdan? Qué frágil es la memoria. Fue uno de esos casos de mala praxis generalizada, una noticia sin comprobar que desató el pánico. Un tema que, por lo que sea, despertó una literatura: a veces pasa. «Eso era lo importante, que era mentira. Es decir, cómo se comporta la prensa ante una noticia que ni siquiera está comprobada, cómo todos se apuntan a publicar todo», señala Belmonte, que dice que decidió hacer lo que Jo March, de ' Mujercitas ': «Escribir de lo que conoces, de lo que conocemos». «No íbamos a escribir una historia de un laboratorio. Yo soy un animal de redacción», subraya Landaluce. 'La mala víctima' es una historia de periodismo. De hecho, está dedicada «a los que aún leen periódicos». Ay. «A los que leen periódicos maquetados, que son los periódicos de verdad», precisa Belmonte. «Si hay algo que ha forjado mi personalidad es ser una lectora voraz de periódicos. Y sigo creyendo que la prensa de pago es vital, porque las televisiones y las radios viven de lo que publican los periódicos». ¿De pago? «Sí, de pago. Esa gente que deja de leerte porque han cerrado tu artículo con un muro de pago… Pues yo me voy a ir a tu farmacia y me voy a llevar las aspirinas», protesta Landaluce. En la novela, la romantización del oficio del siglo pasado se despacha así: «Lo único que envidio de los del Watergate es la pasta que hicieron… El dinero, eso es lo único que cuenta para la envidia». «Bueno, es que eso no deja de ser periodismo de filtración. No digo que no tenga un trabajo detrás, pero vamos, que sin Robert Redford y Dustin Hoffman no tendría tanta gracia. Bernstein y Woodward no eran tan atractivos», comenta Belmonte antes de la carcajada. El relato de la profesión que han pergeñado es el de hoy. Y es un relato desde el ser, no desde el deber ser: la protagonista, Socorro (gran nombre), tiene que aguantar la dictadura del clic sin perder la dignidad y sin faltar al respeto a los familiares de la mujer muerta de la que informa. Malabares. Y encima la cancelan en la tele por una frase sacada de contexto. «Aunque en España la cancelación no existe, fuera del tema trans, que es una locura... Cuando el tonto de Alan Alda dice en 'Delitos y faltas' que humor es tragedia más tiempo… El periodismo debería ser también tragedia más tiempo. Cuando leemos reportajes del 'New Yorker' nos parece ciencia ficción, pero por el tiempo que han tardado. Aaron Sorkin no debería ser ciencia ficción», lamenta Belmonte. Cuando anunciaron el libro, un lector les dijo: «Lo voy a comprar, que os merecéis ser ricas». ¿Y si...? «Si tenemos éxito dejaré de leer periódicos», lanza Rosa. «Y si me toca el Euromillones también», promete Landaluce.