Poema
Soy un mal lector de poesía. Me gustaría tener la capacidad y paciencia para descifrar las imágenes e ideas que los versos encierran. Hecha esta confesión, digo que siempre me atrajeron los poemas de William Yeats, irlandés y premio nobel de literatura a inicios del siglo pasado. Curioso: su misticismo está muy lejos de mí y su filofascismo, elitismo y rechazo al liberalismo político me caen fatal. Sin embargo, hay una hondura en su pensamiento e imágenes que, como la miel a la mosca, me terminan atrapando.
Vean este poema, escrito después de la carnicería de la Primera Guerra Mundial. Se llama “La segunda venida”, de la cual entresaco este pasaje: “Todo se deshace; el centro no puede sostenerse; / mera anarquía es desatada sobre el mundo, / la oscurecida marea de sangre está desatada, y en todas partes / la ceremonia de la inocencia es ahogada; / los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores / están llenos de apasionada intensidad”.
Un martillazo tras otro a los sentidos, ¿no?, y en apenas unas cuantas palabras. Las dos últimas líneas son demoledoras: los mejores sin convicción y los peores henchidos de pasión. ¡Uf! Y, para que no saquen conclusiones apresuradas, el centro del que habla Yeats no es el centro político, sino los fundamentos del orden social. Más se asemeja a la idea de centro de gravedad.
Escrito hace un siglo, podría ser una reflexión sobre la situación actual, con la guerra en Ucrania, el bombardeo inmisericorde a Gaza (sí, ya sé, el bárbaro ataque de Hamás lo instigó, pero el castigo colectivo a los palestinos es cruelísimo), el recrudecimiento de otros focos bélicos, el alza del fanatismo y la nueva ola de arrogantes líderes fuertes, muchos bañados en aplauso popular. Y constato el retroceso de muchas democracias.
El poema no aspira a ser diagnóstico, es más el sentimiento de un alma atormentada. Y me llega. Sin embargo, otra parte de mí dice que no, que no estamos derrotados: desde siempre, la gente dice que el presente es lo peor, pero la verdad es que, incluso cuando las cosas se ponen fatales, los seres humanos hemos encontrado fórmulas para convivir civilizadamente. Por ello, pienso que la paz es el imperativo ético y político de cada día. Y más para una democracia desarmada como la nuestra, que hace más de setenta años propuso al mundo una poderosa idea: que el orden social no tiene por qué descansar sobre las armas.
El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.