La concordia y el lenguaje de los vencedores
Para leer el siguiente párrafo, ponte de fondo la sintonía del NODO (los más jóvenes preguntad a vuestros mayores qué era eso), y léelo en voz alta, imitando el tono característico del locutor de aquel noticiero franquista. ¿Preparado? Venga, dale:
Capítulo destacado de nuestra Semana Santa es la presentación de la nueva Ley Autonómica de Concordia de Castilla y León, que busca “honrar y proteger la historia de España desde 1931 hasta 1978, un período que ha sido testigo de profundas transformaciones que han marcado el devenir y la identidad de España”. Los portavoces de PP y Vox han coincidido en reivindicar “la historia común, entendida como elemento integrador para la reconciliación, combatiendo cualquier intento de quienes tratan de utilizarla para dividir a los españoles”. La nueva ley, aseguran, elimina “visiones sesgadas” e “imposiciones ideológicas”, por lo que incluye el período de la II República para “dar el mismo tratamiento a todas las víctimas políticas del período comprendido entre 1931 y 1978” y “no hacer una valoración de uno u otro bando, sino un relato por igual”.
Qué risa, ¿verdad? No, ninguna. Aragón, Comunitat Valenciana, Castilla y León… En cada una de las autonomías donde gobiernan PP y Vox se va cumpliendo la agenda neofranquista: derogar las normas sobre memoria democrática (a veces aprobadas en su día por el propio PP, como es el caso de Castilla y León), eliminar las ayudas a asociaciones y los recursos para exhumaciones, y aprobar nuevas leyes llamadas “de concordia”. Y lo mismo en los ayuntamientos, incluso sin necesidad de Vox, como sucede en mi Sevilla, donde el gobierno municipal del PP ha paralizado las políticas de memoria. ¿Se entiende bien todo o hago un dibujo? Frente a la memoria democrática que “divide a los españoles”, la “concordia” que nos reconcilia. Una idea, la de concordia, que no es un invento de Vox sino del propio PP, que ya con Casado la intentó colar.
Para quitarme el repugnante sabor de boca de estas noticias, leo a uno de los autores que más y mejor ha hecho por la memoria antifascista en este país: Alfons Cervera. Su última novela, El boxeador, insiste en contar y recontar ese pasado que algunos tratan de falsificar, porque, repite Cervera, “la guerra no la perdimos todos. Eso es una infamia”. Y dice más: “sus descendientes la siguen ganando”. Pero me quedo con algo que afirma uno de los narradores de su magnífica novela: “Seguimos utilizando el lenguaje de los vencedores”.
Lo pienso al leer las nuevas leyes de “concordia” que traen la derecha y la ultraderecha: lenguaje de los vencedores, sin ninguna duda. El franquismo empezó la guerra hablando de “cruzada”, luego la sustituyó por “victoria”, hasta que llegado cierto momento empezó a hablar de “paz”. El siguiente escalón en esa progresión discursiva está clara: concordia. Todas fueron víctimas por igual, lo mismo las de la república que las de la guerra o la dictadura. Ya está bien de “memoria democrática”, necesitamos concordia. Cruzada-victoria-paz-concordia.
Me acuerdo también del “lenguaje de los vencedores” de la guerra y de “sus descendientes que la siguen ganando” estos días, con la semana santa, en la que sigue habiendo simbología franquista resistente a leyes de memoria democrática. Prueba de cómo el Franquismo utilizó la fiesta religiosa más popular para imponerse en los barrios. Esas hermandades “populares” que, a poco que uno rasca, descubre que fueron fundadas en 1939 o en la primera posguerra, o que en sus nombres homenajean a gobernantes franquistas (Queipo de Llano y señora en Sevilla, San Gonzalo y Santa Genoveva); esos Jesús de la Victoria y Virgen de la Paz que ya pocos recuerdan de qué victoria y de qué paz tomaron sus nombres; esos emblemas franquistas que se siguen colando en las procesiones… Supongo que es también la concordia.
Sí, seguimos hablando el lenguaje de los vencedores, que todavía suena a NODO.