El 24 de febrero, seis días después de las elecciones autonómicas, Ana Pontón reunió a su Consello Nacional a las afueras de Santiago. En la cúpula del BNG persistía un regusto agridulce. Habían logrado un resultado histórico, 25 escaños. Pero insuficiente para lograr ese «cambio» que habían dado por hecho durante la campaña. Frustrado por una nueva mayoría absoluta del PP. Sonrisas tristes que no disimulaba la 'standing ovation' a la líder cuando la prensa pudo acceder a la sala del hotel de Teo donde se celebró la reunión. «Galicia ya cambió», insistió Pontón. En su 'speech', no muy extenso, dejó otra idea: «Haremos una oposición en positivo». Menos de una semana después, empezaron a hacer ruido con los contratos de la Xunta durante la pandemia. En paralelo, azuzaron la hoguera de la opinión pública en contra de la planta de Altri en Palas de Rei. Y así hasta hoy. Con la «regeneración democrática» en el centro del debate, no han podido envejecer peor aquellas palabras de Pontón, que fueron las que destacó el departamento de comunicación de su partido; las que repitió Luis Bará el lunes siguiente en el Parlamento; y las que volvió a enarbolar la propia portavoz nacional de los frentistas el 18 de marzo, después de la sesión constitutiva de la XX Legislatura en el Pazo do Hórreo. Cierto que Pontón ya dio una pista aquella mañana de balance de las elecciones, justo después de insistir en marcar una senda «en positivo» y «constructiva», como seña de identidad de su reforzada condición de «alternativa» a los conservadores. «También os digo que tengo la impresión de que vamos a tener a un PP más prepotente y más absolutista que nunca (...). El PP ya nos demostró en campaña que les vale todo: la mentira, la difamación, la utilización obscena de la TVG y los recursos públicos, con tal de mantenerse en el poder», pregonó. «Vamos a tener delante al PP mas ultra de todos los tiempos, que seguirá al pie de la letra la estrategia de crispación y confrontación que le marcan desde Madrid», remachó. La misma Pontón que envió recado al partido liderado por Alfonso Rueda de que «haría bien en tomar nota» del resultado del 18F, se ha dedicado desde entonces a demostrar que es la primera que mira para otro lado y obvia quién ganó y quién perdió. Los populares achacaron a su mal perder que una de las primeras cosas que hizo fue anunciar su intención de ir a los juzgados, molesta por que el PP, en campaña, hubiera hecho hincapié en la alianza del Bloque con Bildu. Aquello quedó en nada. Otra evidencia de que el BNG no ha digerido el resultado de las urnas es la creación de un «gobierno en la sombra» que replica, como en un espejo valleinclanesco, el auténtico ejecutivo autonómico. Los escasos atisbos de esa «oposición en positivo» se pueden rastrear en la propuesta de alcanzar «un gran pacto de país» en cuatro áreas: sanidad, vivienda, energía y «regeneración democrática». La líder del Bloque trasladó a Rueda la oferta de reunirse y sentarse a negociar un frente común ante el Estado, para hacer fuerza en demandas como competencias, deuda y financiación. Pero, al final, no es más que un movimiento táctico de Pontón, que sabe de sobra que sus planteamientos están en las antípodas de los que se manejan en San Caetano. Desde su rechazo frontal a las renovables a su insistencia en un sistema fiscal como el vasco, pasando por la compra masiva de inmuebles vacíos. Lo que busca Pontón es reforzar su imagen de única alternativa al PP, aislando al PSOE. Nunca ha querido, y es sintomático, celebrar reuniones a tres con el presidente de la Xunta. Mano tendida, ¿dónde? El problema de esa supuesta mano tendida es que la desmienten los hechos. Pontón, como en 2022, ya anunció que votaría en contra de la investidura de Rueda antes de que éste expusiese su plan para la legislatura. El Bloque -como el PSOE- consideró que ya sabía lo que iba a decir aquel a quien, durante sus dos primeros años, rebajaron a presidente «accidental» y «puesto a dedo». Por si los puentes no estaban suficientemente quemados, Pontón alentó la idea 'fake' de que Rueda posponía su toma de posesión para asistir a la boda del alcalde de Madrid. Tampoco hacía falta para que el PP recelase. Rueda sabía que no le darían ni 100 ni un día de cortesía. A finales de febrero, ya empezó el BNG a verter sospechas sobre irregularidades en los contratos Covid, reclamando una auditoría externa, apuntando a personas en el entorno de los populares, señalando al cuñado de Alberto Núñez Feijóo. Lo llevaron como PNL al primer pleno y vienen de pedir una comisión de investigación. A esto se suma la dura campaña contra la «bomba ambiental no corazón de Galiza (sic)», como se refieren al proyecto Gama de Altri. Que tuvo que suspender sus charlas en concellos por un clima incendiario, convenientemente avivado desde el nacionalismo. El BNG que acusa a Rueda de haber ocultado deliberadamente que se trata de una «macrocelulosa» que devastará el Ulla y la ría de Arousa; de haber degradado el feminismo en el organigrama de la Xunta; de despilfarrar recursos. «Hay otra forma de hacer política», pregonaba Pontón aquella mañana de finales de febrero en Teo. Ella, hasta nuevo aviso, aplica el viejo manual.