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ikel Merino está en el top 3 de centrocampistas más regulares y jerárquicos de LaLiga en este último lustro, sino es él quien encabeza ese ranking. Es de esos futbolistas que marca identidad, a los que recurrir siempre, al que hay que rodear de otros 10 en los partidos.
Merino es de esa estirpe de jugadores cuya puerta de habitación de hotel abre el entrenador que no puede dormir la víspera de una cita trascendente para asegurarse de que sigue ahí. El jugador que más duelos gana de toda la Liga. De cabeza, con los pies y con cualquier apéndice del cuerpo. Se la lleva. Cuando todos sus compañeros más ‘explotados’ por el técnico durante el curso se han ido cayendo estas semanas por puro agotamiento muscular,
Merino ha disputado íntegros los 10 últimos encuentros de Liga. Del 1’ al 90’ más descuentos incluso en la pasada semana demoníaca con un partido cada 2,6 días.
Merino ha jugado con el hombro salido, con dos vértebras rotas y un dedo del pie a la virulé. Se ha jugado la Eurocopa -que mataría por disputar- en el afán de lograr su quinta participación consecutiva con su equipo sin escatimar un solo esfuerzo, un salto, un sprint o un ‘tackle’ como el del robo previo al 0-2 en Sevilla. Todos los realistas confían en que se quede, en que al final club y futbolista aflojen en sus posturas y haya fumata blanca. Si la Real está en este punto de ser élite continental, es por jugadores como el ‘8’, por el que abonó 12 millones en 2018. Están más que amortizados. Mikel se ha ganado el derecho a esperar, a ambicionar y a elegir. Su continuidad bien vale un esfuerzo.
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