Sánchez se prepara para atrincherarse en Moncloa
«Resistir también es una forma de vencer». Esta frase de la portavoz del PSOE en la resaca de las elecciones europeas define a la perfección el estado de ánimo en La Moncloa. Los socialistas encadenan su cuarta derrota y se consolidan en la segunda plaza, después de la triada electoral de 2023: autonómicas, municipales y generales. Si bien la sensación es de cierto «alivio», Pedro Sánchez está tocado. Acusa el desgaste y es consciente de que si ha logrado aguantar el golpe esta vez se debe, en parte, a que ha vaciado electoralmente a sus socios de Sumar.
En este contexto, el horizonte de unas generales se torna endiablado para revalidar el poder y esto hace que no existan incentivos para volver a las urnas. En público y en privado, los socialistas descartan la posibilidad de un adelanto de las generales. «Este ciclo electoral termina aquí, ahora toca gobernar», aseguran, obviando que todavía queda un importante interrogante por clarificar: el escenario catalán. Si Cataluña volviera a votar, existiría la tentación de utilizar el motor catalán para carburar también la mayoría de la investidura, cada vez más exigua y debilitada. Pero no se va a dar «otra oportunidad a la derecha», dicen. «Que pierdan toda esperanza».
La hoja de ruta pasa por atrincherarse en La Moncloa. Sánchez quiere hacerse fuerte, controlando los resortes de poder que supone detentar el Gobierno, para ganar tiempo y concurrir a las urnas cuando esté en condiciones de revalidar la Presidencia. Un horizonte de tres años –aunque finalmente sean menos– en el que vigorizar una coalición muy debilitada por los procesos electorales y una izquierda cada vez más menguante. Los socialistas son conscientes de que tienen un problema a nivel territorial y que el único oxígeno viene insuflado por Cataluña, cuya política diseñada a medida de los independentistas le pasa factura en el resto de España. Especialmente preocupante es la situación en Andalucía, antiguo granero de voto socialista, y en Castilla-La Mancha, único gobierno del PSOE con mayoría absoluta actualmente. En ambas autonomías ha ganado de manera solvente el PP. Mención aparte merece también la Comunidad de Madrid, donde en Ferraz ubican uno de sus principales problemas: ahí pierden la ventaja que consiguen en el resto de España.
Con este contexto, Sánchez necesita tiempo. Tiempo para movilizar a un electorado tradicional, hastiado por decisiones como la amnistía o escándalos como el «caso Koldo». Tiempo para dar un nuevo impulso territorial al partido, con cambios de liderazgo en algunas federaciones disfuncionales. Y, sobre todo, tiempo para poner en orden la izquierda y un Ejecutivo que tras la decisión de Yolanda Díaz de renunciar a seguir al frente de Sumar puede convertirse en un reino de taifas, en el que cada ministerio haga la guerra por su cuenta. Pese a que Sánchez ha hecho del adelgazamiento de sus socios su principal activo electoral, con una indisimulada campaña de «voto útil», sabe que, si este espacio no se reconstruye, no repetirá en La Moncloa. Desde el PSOE se llama ya a los partidos a su izquierda a «resolver sus cuitas internas» para lograr el fortalecimiento que les permita hacer frente al «dragón de tres cabezas» de la derecha y la ultraderecha.
En esta estrategia se encuadra que Díaz siga al frente de la Vicepresidencia segunda en el Gabinete. Pese a abandonar sus responsabilidades orgánicas tras la debacle europea, la también ministra de Trabajo quiere mantener su proyección pública en el perfil que más réditos le otorga. «Díaz es buena ministra, pero ha demostrado no ser capaz de amalgamar las familias de Sumar», reflexiona un dirigente socialista. Hacer de Moncloa el mejor escaparate es la estrategia de Sánchez para recapitalizarse. El escenario inmediato es proyectar proactividad ejecutiva. Se revitalizará la agenda legislativa y se presentará antes del verano el paquete de medidas de regeneración democrática que anunció el presidente tras su periodo de reflexión. Como culmen, la aprobación de unos Presupuestos para 2025 que den viabilidad a la legislatura. En los planes del Ejecutivo se cruza, no obstante, la dependencia de sus socios parlamentarios. Algo que complica irremediablemente el horizonte y que hace que la legislatura escape de su control.