Cien días
Ezra Shabot lo ha dicho muy bien: el amplísimo triunfo de Claudia Sheinbaum el 2 de junio no le da más poder a ella, sino a su jefe de campaña, mentor, guía y hoy principal obstáculo: López Obrador. Él es el jefe de quienes llegarán al Congreso y a las gubernaturas, porque fue él quien palomeó las listas. Él es el centro alrededor del cual gravita Morena, ese margallate que no puede calificarse de partido político. Y ahora es él quien quiere vengarse de los jueces que le impidieron cometer arbitrariedades en los últimos tres años.
Porque de eso se trata la reforma al Poder Judicial, nada más. No tiene como objetivo terminar con la corrupción, como ha sido la excusa del sexenio para destruir instituciones y proyectos, siempre acusando sin pruebas, y siempre sin resultados. Tampoco busca mejores métodos para la impartición de justicia, porque la opción elegida no se utiliza en ninguna parte del mundo, salvo en Bolivia. No tiene como fin último que haya más justicia para los mexicanos, porque si de eso se tratase, lo que habría que corregir serían las fiscalías y las policías, ahora incluyendo el bodrio de la Guardia Nacional, que ni sirve de policía, ni sirve como parte de las Fuerzas Armadas.
La destrucción del Poder Judicial, para satisfacer el ánimo de venganza del caudillo, pondría en riesgo al país entero. No es una afirmación vacía, abundan las voces en Estados Unidos que consideran esta decisión como una ruptura del tratado de libre comercio. Por si fuese poco, hay varios reportes de bancos y financieras que ven una conexión directa entre esa decisión y la pérdida del grado de inversión. En pocas palabras, cumplir el capricho del que se va hundiría al país en una crisis económica muy profunda. Sin ningún objetivo claro, sin nada a cambio, sin lograr nada más que la satisfacción del ego.
Claudia Sheinbaum tiene enfrente seis años, y no puede iniciarlos con el “error de septiembre” al que hicimos referencia hace algunos días. No sólo tendría un país que se le iría “entre las manos”, como dijo De la Madrid al recibir de López Portillo una economía en ruinas (pero no tanto como la que recibiría Sheinbaum), sino que además habría mostrado sumisión al caudillo. De eso, le sería imposible levantarse. Una vez aceptando un capricho como éste, ¿con qué cara podría intentar quitarle el control del Legislativo?
Creo que no exagero si califico lo que estamos viendo como la batalla del sexenio. Con poca preparación política, sin presupuesto en las manos, sin herramientas administrativas, Claudia Sheinbaum tiene que construir una coalición que la respalde en el viejo proceso de matar al rey saliente (es metáfora, no se aceleren). Ya lo hemos comentado muchas veces, el momento más complejo en un régimen político, el que sea, es la sucesión. En democracia, este proceso es pacífico en tanto los perdedores acepten su derrota (como ya ha ocurrido), pero es también imprescindible que el predecesor acepte el final de su tiempo.
Esta columna ha insistido en que este sexenio ha sido un fracaso en cualquier dimensión que se mida. Hemos dicho también que se construyó una burbuja de ingresos en los últimos 18 meses que convenció a los votantes de no arriesgarse. Burbuja que no tiene mucho margen más. Ya nada más eso sería un inicio difícil de sexenio. Sumarle a ello esa venganza personal, aun a costa de hundir de forma definitiva al país, sólo puede ocurrírsele a un desquiciado.
Creo que habría incentivos para construir la coalición que he mencionado. Hay 100 días para ponerla a funcionar, controlar al desquiciado y salvar el sexenio. Mucha suerte.