El calvario de Rocío a manos de su marido casi dos décadas: «Te voy a hundir, eres una perra»
Rocío no se esconde. «Si he llegado hasta aquí, ya no me da miedo nada», dice desde Canarias. Hasta que se fue huyendo a las islas Afortunadas, tuvo que sobrevivir a un calvario de casi dos décadas a manos de su marido. Pero ahora una sentencia le ha dado más motivos para seguir luchando por recuperar a dos de sus tres hijos, que están con su padre. «Un ambiente generalizado de agresividad física y verbal en el hogar, con constantes discusiones, gritos, humillaciones y desprecios», se describe en la resolución judicial, que recoge algunos de los numerosos insultos y expresiones que Rocío recibió. Ángel, su expareja, ha sido condenado por un delito de malos tratos habituales en el ámbito de la violencia de género. En el juicio aceptó dos años de prisión, aunque la pena está suspendida, siempre que cumpla condiciones. Una de ellas es que participe en cursos de formación en materia de violencia de género. Este requisito se entiende si se lee la resolución judicial de Paula Orosa Rico, magistrada del Juzgado de lo Penal número 1 de Badajoz. Porque la tormentosa relación que Ángel y Rocío comenzaron en 2003 fue de todo menos amorosa. Ella tenía 15 años y él, 22, cuando se conocieron. En 2005 se marcharon a vivir juntos, se casaron ocho años después y nacieron sus tres hijos. «Guarra, puta, no vales para nada; tonta, gilipollas, inútil, desgraciada, muerta de hambre», fueron algunos de los imperios que tuvo que soportar esta mujer. «Con una actitud celosa y posesiva» por parte de su marido, que controlaba la ropa que Rocío se ponía. Se enfadaba con ella si llevaba escote; si ponía en su perfil de WhatsApp una foto en la que aparecía sola, sin él, o si se montaba en un coche «con algún varón», se relata en la sentencia. Cuando discutían, él se acercaba mucho a Rocío para amedrentarla, «levantándole el puño». Llegó a agredirla físicamente en dos ocasiones, según la magistrada. La primera, durante el verano de 2005, cuando los dos estaban en su coche y él le dio un golpe en la nariz. La segunda, a principios de 2006, durante una riña en el domicilio familiar. Ángel se puso encima de ella, le metió los dedos en la boca y se la abrió con fuerza. Pero ella ni fue al médico ni denunció. El relato en la sentencia describe una situación detestable. «Con el fin de demostrar su autoridad en la casa y coartar a Rocío», el acusado con frecuencia daba golpes a los muebles de la casa y llegó a romper el cristal de una mesa en siete ocasiones. También le impidió trabajar y estudiar fuera de casa, «conminándola al cuidado de los hijos y la atención del hogar». Y como era el único que tenía ingresos, controlaba el dinero y negaba a Rocío el acceso a la cuenta bancaria. Él se limitaba a proporcionarle la cantidad de dinero que ella tenía que gestionar y destinar para las necesidades familiares. También le limita el uso del vehículo familiar o le imponía ser él quien la trasladase a cualquier lugar. «La aisló de su entorno social y familiar, limitándole sus relaciones personales a la familia de él», afirma la magistrada. Pero si salía con su madre o con una amiga, Ángel discutía con Rocío, a la que impedía también tener amigos hombres. Durante el último año de la relación, en 2019, el control ejercido por su marido se intensificó. Permanecía con ella las 24 horas del día, le prohibía salir sola de casa, hacer uso del coche y le decía que lo estaba engañando con otro varón. Llegó a impedirle entrar en el cuarto de baño con el teléfono móvil, exigiéndole que dejase la puerta abierta o que dejase el dispositivo fuera. Con la separación, en febrero de 2020, su exesposo no realizó la aportación económica para el sustento familiar. Sólo asumía directamente los gastos o realizaba a su criterio contribuciones en especie. También buscaba a Rocío y a sus hijos por el pueblo donde vivían; la abordaba por la calle y comenzaba a andar a su lado. «Trataba de controlarla a través de sus hijos, menores de edad, a los que llamaba a cualquier hora del día o de la noche, y les preguntaba qué estaba haciendo Rocío», narra la juez. Igualmente, amenazaba a la mujer con expresiones como «te vas a enterar; esto no va a quedar así; «te voy a hundir la vida, eres una perra», «dónde vas a ir, muerta de hambre»; «te voy a quitar a los niños y la custodia»... Pero no era lo único que la decía, la mayoría de las veces delante de los tres hijos: «No sabes de lo que yo soy capaz» o «vas a ver hasta dónde yo soy capaz de llegar». Ella, que vive y trabaja ahora en Canarias, no se olvida en esta nueva vida de la asociación que le ha echado una mano cuando más lo necesitaba, 'Mamá está castigada', y de la abogada voluntaria Tania Álvarez. Rocío vuelve a sonreír.