Desde hace 20 años, Antonio Bejarano se había convertido en el compañero de gubia de Antonio Illanes. Más o menos mes a mes era el artista que esculpía con telas a la Virgen de las Tristezas erigiéndose así en el fenómeno más importante de este siglo en este tipo de Artes y referente de una nueva generación de vestidores. Como reza el verso, «todo termina en la vida». Bejarano ha dejado la Vera-Cruz. En la carta de despedida lo dice todo. Pero Antonio Bejarano pasará a la historia como el gran renovador de estas artes del atavío en el siglo XXI. Comenzó antes, a finales de los años 90 cuando le encargaron la vestimenta de la Virgen del Amor de Sanlúcar de Barrameda en la que ya comenzó a ensayar el estilo que después desplegaría en la Vera-Cruz. Esa revolución significó que el encargado de manejar las telas no solo estuviera pendiente de la enmarcación del rostro sino del volumen general de la obra e incluso de los colores que se utilizan, porque solo así se consigue el efecto escultórico que Bejarano le da a sus creaciones.