La edición 73 del Festival de Granada, que extiende su influencia desde el 7 de junio al 14 de julio, vertebra su programación a partir de varios argumentos o ideas de referencia. La evocación de Viena como ciudad musical parte de la imponente arquitectura sinfónica de Anton Bruckner (que dio forma al concierto inaugural con su quinta sinfonía, la Joven Orquesta Gustav Mahler y Kirill Petrenko, según se relató en ABC) y concluye en la «música más íntima» de Franz Schubert. Las referencias son evidentes aunque no tanto sus límites, particularmente si se habla de Schubert y del sentido doméstico de su obra, cuestión que vino a empequeñecer la verdadera ambición artística del compositor desde su muerte en 1828, un año y medio después de Beethoven, a quien se tenía por un titán infranqueable. Hoy es difícil mantener el postulado, una vez que Schubert y su obra se han radiografiado desde todas las perspectivas posibles, indagado sobre lo evidente y lo más personal, penetrando incluso en lo sicológico y hasta en lo sexual. En cualquier caso, el Festival de Granada tiene propias respuestas a través del ciclo 'Schubert esencial'. Es el caso de los conciertos protagonizados por el pianista Paul Lewis y el Cuarteto Gerhard. Lewis figura como artista residente, lo que incluye la interpretación de la integral de las sonatas para piano de Franz Schubert en distintos escenarios de la ciudad, dos clases magistrales en los cursos Manuel de Falla y un encuentro con el público. Su posición es inmejorable tras casi dos décadas de trabajo sobre la sonatas pianísticas cuyo reflejo es la serie discográfica concluida en 2022. Lewis se reconoce en su maestro Alfred Brendel pero lo cierto es que defiende una posición particular acorde con una realidad interpretativa poderosamente inteligente, según se ha señalado cada vez que defiende la integral a lo largo del mundo y bajo circunstancias muy diversas. En el segundo de los conciertos granadinos, Lewis se presentó en el muy singular patio renacentista de los mármoles del Hospital Real, hoy propiedad de la universidad y una de la joyas arquitectónicas que alegran la vista (y no siempre el oído) de los espectadores que acuden al festival. Lewis interpretó la primera sesión del ciclo en este mismo lugar y sus condiciones acústicas debieron alertarle pues apenas inició el recital ya se defendía bajo la ampulosidad reverberante del pedal. Las ideas fluyeron bajo una gruesa bruma sonora al tiempo que la luz se desvanecía y los pájaros se tranquilizaban. Y así la sonata 15 y aún la 16 convirtieron a Schubert en algo grandilocuente, excesivo sobre la exagerada dimensión sonora del Steinway moderno. Prevaleció una visión de amplia horizontalidad antes que el dibujo del detalle.; abrumó la concatenación de ideas sin articulación, la rotundidad afirmativa de la interpretación negándose a la posibilidad de un discurso dialécticamente comprometido, una cierta ansiedad en el caminar, la falta de reposo. A Lewis le costó encontrar una posición adecuada y a duras penas el segundo movimiento de la sonata 13 trajo consigo signos de esperanza con una primera dosificación dinámica que en el 'allegro' final llevó la obra a un cierre rotundo. La sonata 16 vino después del descanso a aclarar algunos aspectos que desde la estricta ejecución se tradujeron en una mayor claridad de ideas, una mayor limpieza y una mayor penetración en las particularidades fonéticas de la obra. Con esta obra Lewis confirmó su verdadera dimensión pianística gracias a la construcción de un discurso bien dirigido hacia el rotundo 'allegro vivace' final, desenlace a una interpretación deshinibida, contundente y espaciosa. De manera insospechada, las circunstancias surgen por doquier en un festival que se rinde ante la grandeza de sus marcos incomparables. También en este 'Schubert esencial' el Cuarteto Gerhard se defendió del entorno, aunque con resultados muy distintos. El Gerhard es este momento una referencia inexcusable en el panorama actual de la música de cámara española. Su actuación en el Crucero (en el interior) del Hospital Real contó con un cambio en su plantilla habitual, con la actuación de Joel Bardolet como segundo violín en sustitución de su hermana Judit. Junto a él, Luís Castán, Miquel Jordá y Jesús Miralles forman un grupo compacto, de sonoridad muy bien perfilada, de ancha capacidad expresiva y extraordinaria sensatez musical. Para empezar se escuchó una obra de José María Sánchez-Verdú (Algeciras, 1868), cuya residencia en el Festival de Granada responde a otra de las perspectivas transversales que configuran la programación. A la interpretación de una decena de obras, con cuatro estrenos encargados por el festival, se une la participación como profesor en un curso sobre 'poéticas de la creación actual: viaje por los territorios del pensamiento y la interdisciplinariedad'. 'Arquitecturas de la memoria' o cuarteto 7 abrió el concierto del Gerhard naciendo desde el sigilo, penetrando en la erosión del sonido que de manera tan particular caracteriza al autor y alcanzando un proceso de abstracción que Sánchez-Verdú deja abierta a posibilidades más teatrales, si es que la interpretación musical se quiere enriquecer con recitador, proyección de textos o escenografía. El festival podía haber iluminado la obra de manera singular como guiño a la particularidad sinestésica del compositor pero, a falta de una iniciativa concreta, los hados vinieron a apoyar al cuarteto 7, a Sánchez-Verdú y al Cuarteto Gerhard con una corriente de aire que entreabría inquietantemente el telón de fondo. La música adquirió entonces una dimensión hipnótica que además ayudó a desatender la molesta presencia de los fotógrafos, el sonido del móvil de uno de ellos y la inoportuna tos de una espectadora. 'Arquitecturas de la memoria' implica al ademán como parte esencial de su teatralización, lo que de manera explicita singulariza un aspecto esencial de cualquier concierto. Tras las acciones mudas ejecutadas por alguno de los intérpretes se concentra la angustia de la expectación, el sentido dramático de la interpretación que encierra el cuarteto de Sánchez-Verdú y al que el Gerhard se rinde en una actitud de calidad incuestionable. El beneficio fue muy evidente para el 'Quartet Tardoral' de Antoni Ros-Marbà (Hospitalet de Llobregat, 1937) quien, quemando etapas musicales, ha aparcado su ya larga carrera como director de orquesta, que tan importantes referencias ha dejado, por su dedicación a la composición. El catálogo que va desde la canción a la ópera, con una primera que espera su estreno en el Liceo el próximo año. El 'Quartet Tardoral' se finalizó en 2022 y llega a Granada demostrando que es la obra de alguien que tiene mucho que decir y que lo hace con la serenidad de quién responde a su estricta convicción musical. Puestos a inventar, podría imaginarse que es hijo de una tradición con origen en la música Centroeuropa según la definió Schoenberg, cuya impronta fue muy poderosa en Barcelona, ciudad que visitó y donde se le admiró de forma muy particular. Que Ros-Marbá capture ahora el aura de un posexpresionismo enriquecido en función de sus necesidades expresivas, significa recuperar aquella perspectiva histórica y relanzarla mediante una composición de impecable acabado, de sólida construcción en su parte inicial, conciliadora en su parte lenta y serenamente dramática en la última, con el emocionante final protagonizado por el segundo violín apagándose poco a poco hasta lo inaudible, mientras el Gerhard en perfecta mímica se rendía ante lo evanescente. Y al final, Franz Schubert y su cuarteto 15. En este caso demostrando la poderosa modernidad de la obra, la incansable acumulación de ideas inéditas, de novedades tímbricas, de desbordante intensidad y la formidable imaginación de un compositor de espíritu grandioso. La verdadera consideración histórica de Schubert necesita versiones como la del Gerhard, tan poderosa en la construcción de las variaciones del segundo movimiento, vibrante en la trepidación de los trémolos del tercero, y rutilante en la agilidad rítmica del último, cuyo tema principal de corte rossiniano es toda una revista de actualidad sobre la Viena de la época. La interpretación del cuarteto 15 de Franz Schubert, aunque a media mañana, comenzó con el curioso ensombrecimiento de la sala provocado por las nubes, lo que añadió dramatismo a una interpretación que sumó apoyos a los esfuerzos de un festival para el que tan importantes son los gestos.