La
dinastía Tudor comenzó del modo más improbable: un noble oportunista y más bien insignificante que vivía desde hacía años exiliado en
Francia, con muy escasa legitimidad para reinar –por no decir ninguna–, volvió en 1485 a Inglaterra, acompañado de otros exiliados y un ejército de mercenarios, y derrotó a Ricardo III en la
batalla de Bosworth Field.
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