Madurez política
Las comidas familiares son un buen momento para la reflexión. Recientemente, en un restaurante que frecuentamos, solicitamos apagar el televisor porque no queríamos ver una pelea de boxeo.
Me recordó un debate presidencial de hace unos días. Aquello fueron golpes bajos y no discusión de ideas. Afortunadamente, dio pie a una conversación sobre el significado de la democracia, algo que no envejece debido a la edad, sino por la pérdida del ímpetu transformador de los valores y las aspiraciones esenciales del ser humano.
Se lo escuché al filósofo español Pedro Ollana en una conferencia sobre la madurez política. Comentaba que nuestro reto es rejuvenecer la democracia. “Ilusionarnos en el proyecto individual y colectivo de protagonizar la reconquista de la política”. Ese es, a su modo de ver, el futuro de la democracia. No puedo estar más de acuerdo.
Sentí en la cena una timidez en torno a la política. Cierta resistencia o decepción; a lo mejor, temor. La vemos ajena y compleja. Además, nuestros chats en WhatsApp están saturados de sarcasmo, crítica e incluso insultos hacia personas que estuvieron o están en puestos de gobierno.
Las redes están saturadas de violencia hacia la política. Había escuchado que en la mesa no debe hablarse ni de política ni de religión, pues la cosa acaba mal. Lo cierto es que creo que hay que hablar de política, porque es un asunto que nos atañe a todos. Les dije: “Todos somos seres políticos”. “¿Cómo es eso?”, me preguntaron casi ofendidos.
Pues se dice que allá en Atenas, los griegos nos enseñaron que el buen vivir tiene una gran dimensión política porque el ser humano no puede realizarse plenamente sin libertad, sin justicia y sin recursos. La política es el intento colectivo de que estos bienes vitales existan para todos.
Afirma Ollana: “La verdadera democracia no peligra por la exaltación o radicalismo de unos pocos, sino por la apatía de los muchos, por la desafección y la indiferencia de los muchos. Desafección y democracia son incompatibles, pues la democracia o es participación activa y directa en la vida política o no es nada”. Hay que implicarse en política.
Ya decía Isócrates: “No hay democracia más segura y justa que aquella que confía los cargos a los más capaces y otorga a los ciudadanos el control sobre ellos” y “la polis fue el único reducto que conoció la humanidad en la que la voz de un hombre común tuvo de verdad peso político. En la que los ciudadanos tuvieron la autoría directa de las leyes con las que fueron gobernados. La polis fue una escuela plural y permanente de virtud y experiencia política. Un territorio nuevo donde los habitantes se arriesgaron a convenir que en su jerarquía los valores ocuparían un lugar más alto aún que las leyes, puesto que las leyes no son sino el intento siempre perfectible de hacer realidad los valores. Fue la obra suprema de arte del espíritu griego. Esto era la polis y la política el arte de gobernarla”.
Quizás nunca más que ahora la política tiene el reto de alcanzar su madurez. Pero para ello es imprescindible que todos maduremos como seres políticos para sustentar una verdadera democracia.
Concluye Ollana: “Para gozar de una política madura es necesario que a la inversa sea nuestra madurez como seres humanos la que nos lleve a desear la política, a madurar como seres políticos que somos en esencia a pagar de buen grado el tributo en responsabilidad y esfuerzo que requiere gobernarnos a nosotros mismos”.
Los griegos nos enseñaron que pensar es un desafío personal y ético. Por ende, es un asunto social y político. ¿Queremos un Estado identificado con la sociedad? ¿Queremos que las decisiones trascendentes se tomen cada vez más lejos de nosotros? ¿Queremos que la política regule las fuerzas de la economía o que los grupos económicos dirijan la política? ¿Queremos frenar el gasto público desmedido, el endeudamiento y la corrupción? Todos somos responsables, más de lo que creemos, del modo en que piensan y actúan nuestros conciudadanos.
Cuando defendemos una idea, cuando realizamos una crítica, cuando respaldamos una iniciativa, cuando nos interesamos e intervenimos en los planes de estudio de nuestros hijos, todos estamos aportando a la virtud política.
Si tenemos un déficit de ciudadanos, no tendremos una auténtica democracia. La organización y gestión de la casa es un asunto de todos. Debemos tomar conciencia de ello. El ciudadano debe ser el sujeto político central de nuestras democracias.
La autora es administradora de negocios.