Crítica de "Gru 4. Mi villano favorito": mientras haya Minions habrá esperanza ★★★
Sin paños calientes, que con la que está cayendo fuera ya nos llega de sobra: Gru se convirtió en nuestro villano favorito desde que se estrenase la primera entrega allá por 2010 (que dirigieron, con un éxito tremendo, Pierre Coffin y Chris Renaud) gracias a ese físico tan del Tío Fétido con bufanda, uno de los principales integrantes de «La familia Addams» y sus maldades en el fondo muy ingenuas. Pero, sobre todo, porque se le arrimaron desde entonces los Minions, esas criaturas que hablan un idioma ininteligible, aunque algunas palabras sueltas en idiomas reconocibles se les suelen escapar, que siempre tienen ganas de cachondeo y de timar al que está al lado y que resultan siempre igualmente adorables.
Da igual la entrega de la que hablemos o de las bondades o los tropiezos de la historia de turno, que en este caso arranca cuando la familia que forman Gru, Lucy y las niñas llamadas Margo, Edith y Agnes se amplía con la llegada de un bebé que parece no tenerle mucha estima a su padre mientras que hace una aparición deslumbrante en escena el malvado y elegante Maxime Le Mal junto a Valentina, su no menos sofisticada y delgadísima novia (de hecho, todas las mujeres de esta saga están como palos, no sé yo cómo no los han acusado de gordofóbicos en estos tiempos en los que no se salva de la lupa escrutadora ni el género de la animación). La misión del frustrado Le Mal, hoy convertido en una super cucaracha de enormes poderes, es hacerle la vida imposible a Gru desde que, lo sabremos flask back mediante, durante un concurso de grandes talentos un jovencito Gru derrotaba a Maxime con una actuación imitando a Boy George, de Culture Club, entre medias.
La película, tan colorida y alegre, con tantos temas chulos musicales, con escenas tan trabajadas como las de la fiesta en el autobús o las que transcurren a toda velocidad en un supermercado , tan familiar sin cursilerías, con esos debutantes Mega Minions con poderes increíbles (cuando aprendan a manejarlos, claro), consigue otra vez entretenernos y desear, aunque sea dentro de una máquina expendedora de sándwiches que solo saben a plástico mojado, vivir siquiera por un tiempo junto a estos encantadores, carismáticos e inocentes bichitos. Dicen que no hay (que la habrá) quinta mala, veremos.
Lo mejor:
Que ver a estas encantadoras criaturas siga consiguiendo alegrarnos un poco el día
Lo peor:
Seguro que continúa la saga, pero le vendría bien algún novedoso cambio de rumbo