Pasan algunos minutos de las 10:30 de la noche del 4 de julio de
2004 en Lisboa cuando el pitido final de
Markus Merk perpetra el estridente silencio de la colorida Portugal que penetran los gritos de los espartanos del siglo XXI en el majestuoso
Estadio Da Luz. De mientras, el mundo se frota los ojos al tiempo que brotan lágrimas a borbotones de los de
Cristiano Ronaldo. Grecia, la irrelevante pero de repente irreverente
Grecia, osa arrebatar el cielo que Portugal creía tener ganado de antemano, le arranca la
Eurocopa de sus brazos en la final que debía ser el preludio de la fiesta nacional.
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