A finales de la década de 1620
Velázquez ya era una de las estrellas más rutilantes de la pintura española de su tiempo.
Formado en el taller de su suegro, había logrado absorber y reinterpretar las corrientes artísticas que seguían la senda de Caravaggio y las había perfeccionado hasta un nivel nunca visto. Este extraordinario talento consiguió que fuese
nombrado pintor del rey en 1623 y que se trasladase definitivamente hasta la corte en Madrid, donde poco después alcanzaría importantes puestos.
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